Era una fría noche de un
miércoles de otoño cuando me dirigía al lugar de reunión habitual. Allí nos
encontrábamos todo tipo de personajes secundarios de películas de serie B, y personajes principales de novelas no escritas. Gustábamos de beber cerveza
y expresar nuestras pírricas opiniones adormecidas durante un largo periodo de
hibernación mental inducido por nuestro continuo uso de sustancias inhibidoras
del dolor cotidiano que producen las situaciones mundanas. Allí nos
encontrábamos todos los habituales; estaba Rommel, una especie de jevi
aletargado que hablaba continuamente de películas porno y que descubría día
tras día, bajo su aspecto bonachón y su voz cortada por continuos gallos, que
le gustaba el flamenco y que las mujeres eran un hecho inalcanzable para él.
Rico era un camello de tres al cuarto, demasiado vicioso para hacerse de
dinero, hablaba continuamente de mujeres y se exaltaba con cualquiera que
entrase en el bar. Le gustaba marcar el territorio dejando todas sus cosas en
la barra y añoraba la música rock que escuchaba cuando era un pollo, tras
tirarse noches enteras escuchando reggaeton y tecno. Boleto era sudamericano,
hablaba muy poco y siempre estaba con Rommel. Su obsesión eran las mujeres;
“Con grandes cántaros y que me saquen una cuarta”, y su conversación era
prácticamente nula, quizás debido a que siempre estaba echando humo por todos
los orificios de su cuerpo. Xoel era un gallego de porte elegante que hablaba
continuamente de los últimos juegos de la playstation y fumaba cigarrillos
aliñados de manera frenética. Rico y él formaban una extraña pareja. Todas las
noches acababa ligando a la más guapa que se arrimaba por los alrededores
utilizando un truco bastante viejo: dar penita por haberse quedado sólo desde
los 10 años. Era mentira, pero las tías se lo tragaban. Morros era un
buscavidas que hablaba siempre de que cuando tuviese dinero se compraría una
Kawasaki como las de moto-GP y se recorrería toda Europa. Mientras tanto, se
conformaba con sacar unas pelas para pagar las cervezas y los sucedáneos. Vivía
con la que era su novia: una estudiante de filología inglesa, en el piso de
estudiantes de ella: “Cuando diga de alquilar un piso le doy puerta y me busco
a otra”.
Entre la fauna que pululaba aquel
lugar, todo eran buenas vibraciones y guipar si caía algún primo para buscarse
la vida, a fin de cuentas, todos colaborábamos si era necesario y si el notas
de turno se descuidaba, cuando iba a pagar se encontraba apuntadas todas las
cervezas del grupo en su cuenta, con el guiño complaciente de nuestras
bellísimas camareras: Silvia era estudiante de danza contemporánea, era una
fanática de los horóscopos y de las novelas de suspense. Era capaz de poner una
pierna a la altura del tirador y servirte una cerveza. Sentía debilidad por mí, y de tres que me tomaba sólo pagaba una, siempre y cuando le cantase algo al
oído. Marlén era un escándalo de chica venezolana. Todos los que entraban en el
bar se la quedaban mirando con la baba en los tobillos, y cuando ella les movía
las pestañas, hacían todo lo que les dijese. Le gustaba hacer crucigramas y
decía continuamente que el novio no le aguantaba el ritmo y que no comprendía
porque era tan celoso. Ella era nuestra endosa cuentas al primo de turno, y
conmigo se portaba muy bien en ese aspecto. Creo que no puedo quejarme de
ninguna de ellas.
Las noches de los miércoles
comenzábamos todos a una en la barra y poco a poco nos íbamos juntando con la
gente que entraba, principalmente estudiantes de intercambio, para acabar
montando una buena parranda. Las conversaciones carecían de interés hasta que
dábamos con lo que íbamos buscando, aunque si surgía algún trato que necesitase
la reunión de todos, no dudábamos en dejar lo que tuviéramos entre manos. Era
lo único que no cambiaba en aquellas noches. Eso… y el Oráculo.
Oráculo era un jevi desencantado
que siempre se sentaba a la última mesa del bar, la que daba al servicio.
Fumaba continuamente y siempre tenía una cerveza llena sobre la mesa. Todo
aquel que quisiera hablar con él debía llevarle una mediana bien fría. No
miraba a nadie y su melena descuidada le tapaba la cara. El dueño del bar nos
contó que lo tuvo que dejar más de una noche dentro puesto que no era capaz de
despertarlo, y con los cerca de 170 kilos que pesaba fue incapaz de moverlo. Nos
dijo que cuando abría por la mañana, todavía se encontraba sentado en la misma
posición y que levantaba una mano pidiendo una cerveza. ¡Era tan perezoso que
ni siquiera cogía una birra mientras estaba dentro! Le llamábamos Oráculo
porque todo lo que hablaba era tan profundo que a veces era imposible buscarle
una explicación en el mundo de las palabras superficiales.
Aquella noche me acerqué y le
puse una cerveza en la mesa. La cogió y me lanzó su discurso:
-
Debido al calor la gente suele perder la cabeza y
cometer locuras. Yo prefiero el frío. Este tiempo es el que le viene bien a mi
cuerpo. Si te fijas bien, los médicos sólo están por el dinero y no para curar
puesto que si así fuese habrían descubierto este hecho. Cuando hace mucho calor
el cerebro actúa de una manera atolondrada. Fijándonos en este dato,
seguramente la temperatura cerebral de una persona con problemas mentales sea
superior a la temperatura de una persona normal y – dio un trago a la cerveza -
la temperatura de una persona muy inteligente debe ser inferior a la de una
persona normal. La clave está en la refrigeración, así que si consiguen bajar
la temperatura en el cerebro de personas con problemas mentales puede que
reduzcan sus locuras y no tengan que tirar de electroshock, pastillitas de
colores y a saber que más, partiendo de la base de que la temperatura cerebral
no es la misma en todas las personas a pesar de lo que marque el termómetro.
Me quedé mirando al infinito, dí
un golpecito en la mesa y me levanté. Con aquello que había dicho tenía
suficiente para bastante tiempo, pero el me agarró de la mano y comenzó a
hablar. Nunca le había visto hacer eso.
-
¿Quieres saberlo todo?, ¿quieres que te dé las respuestas
a lo que todos se preguntan? Seguramente cuando te lo diga no volverás a ser el
mismo.
Sentí curiosidad y algo de
complacencia hacia aquel hombre continuamente traspuesto. Los demás se quedaron
mirando pero no se acercaron a la mesa.
-
Todo está aquí y a la vez nada está donde está.
¿Comprendes lo que quiero decir con eso?
La verdad no sabía que quería
decirme y asentí por seguirle la corriente.
-
¿Quiénes somos?, somos todo. ¿De dónde venimos?,
venimos del todo. ¿A dónde vamos?, vamos al todo, pero a la vez; somos nada,
venimos de la nada y vamos a la nada.
Estaba tan liado que la cabeza
comenzó a darme chispazos y los ojos se me abrieron como platos.
-
¡Fíjate!, esta cerveza que está aquí siempre ha estado
aquí pero a la vez nunca lo ha estado. ¡Fíjate bien!
Por más que miraba no llegaba a
ver lo que el quería que viera. El me agarró de las manos y espetó.
-
¡Tendrás que verlo a la fuerza!
Sentí que el bar se derretía a mí
alrededor y que la gente desaparecía. De repente todo se volvió negro e
intrigante. Nada había a nuestro alrededor, sólo el vacío mas tenebroso que
pueda imaginarse. Miré a Oráculo y él se apartó el pelo de la cara dejando ver la oscuridad perpetua en lo que antes era su rostro. Quise soltarme de él pero me
agarró y una voz salida desde lo más hondo de aquella sima profunda atronó en
mis oídos.
-
¡Esto es lo que somos!, la oscuridad que domina todo
y a la que nos dirigimos.
Empecé a sentirme mal y grité:
-
¡Esto no está pasando!, ¡suéltame!
Una voz suave me despertó de
aquello, fuese lo que fuese. Era Silvia que me agarraba de los hombros y me
preguntaba si estaba bien. Le dije que había pasado algo con Oráculo y que no
sabía como explicarlo. Oráculo permanecía sentado con los pelos en la cara y un
cigarrillo en la boca.
-
Gritabas cuando Oráculo te cogió de las manos pero él
no ha dicho nada.
-
Perdona, habrá sido un flash sobre algo raro. Mejor me
voy.
Me incorporé y caminé hacia la barra donde todos reían y gastaban
bromas a cuenta del grito. Fui a pagar, pero Marlén dijo que la cuenta estaba
saldada. Les miré extrañado y avergonzado, y abrí la puerta. Justo cuando iba a salir me detuvo
Xoel.
-
¿Qué ha pasado allí?
Le miré y contesté:
-
Mejor no quieras saberlo.
Y observé como Oráculo apartaba
el pelo de la cara y me miraba. Golpeé en el hombro de Xoel y agaché la vista,
quería irme y olvidar lo que acababa de sentir. Me detuve en la entrada del bar
mientras la puerta se cerraba tras de mí. Abroché mi abrigo y negué con la
cabeza creyendo que todo había sido una broma. Miré al cielo y dí un paso al
frente, cayendo, de repente, en la más sórdida oscuridad que pueda imaginarse, y
desde allí, dejo constancia de ello, y os espero, y os visito en sueños, y os
aviso: ahora yo soy la sombra que teméis.
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Su tabaco, gracias.