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El ojo muerto: Frío (1)



“Me siento feliz. Como una burbuja de jabón bien perfilada, caigo lentamente en un intenso levitar grandioso dónde todo se funde armoniosamente dejándome sensaciones inimaginables de paz y tranquilidad. Puedo ver el mundo en mi mano y vivir la más bella aventura en cuestión de segundos creyendo que dura una eternidad y con una percepción de la realidad o la ficción completamente nula. Encontrarme con mi pasado y vivirlo como yo quería que fuera y no como fue.
Diario de Estanis Ibarra”


Estanis despertó súbitamente. Alargó la mano derecha y la deslizó suavemente por la espalda de Berta que permanecía dormida junto a él. Se sentía feliz, pero no pudo reprimir el impulso de volver a tocarla y comprobar que no era producto de su imaginación. Tras besarla en el hombro con delicadeza y escuchar el leve ronroneo de su pareja de cama, se levantó y recogió sus gafas de la mesita de noche. Tratando de no hacer ruido se colocó la bata a cuadros amarillos y marrones, y salió de la habitación. Sonrió tímidamente y se detuvo a contemplar los primeros rayos del día que entraban por la entornada ventana frente a él, saboreando aquel quimérico encuentro. La noche antes ni siquiera cenaron: entraron en la habitación y pasaron todo el tiempo abrazándose y rozándose con ternura. Se unieron de manera tan dulce que parecía que el tiempo no pasase, que los dos eran uno y pensaban y sentían lo mismo. Cuánto echó de menos aquellos segundos eternos que transcurrían entre la más sutil ingenuidad, aquellos compases mágicos dónde el mundo parecía esconderse detrás del pelo de su acompañante. Añoraba su aroma, difuso entre suspiros encontrados al compás de la más fina tranquilidad. Entre nieblas la dibujaba y sentía florecer su sonrisa bajo cortinas de intensa belleza. Aquella noche buscó sus ojos, que brillaron en la más absoluta quietud, y en ese instante mágico, sintió, calló y sonrió.
Llegó a la cocina y entre el desorden debido a la displicencia de los últimos días, dio con la añeja cafetera Wmf de fabricación alemana y la rellenó con el café de la variedad Angola, el mismo que resucitaba sus sentidos cada vez que conquistaba la estancia con su sugestivo aroma. Abrió el frigorífico y cogió un bote de zumo de naranja. Descongeló algo de pan en el microondas y preparó unas tostadas en una sartén al fuego. Cogió algo de mantequilla y mermelada y lo colocó todo en la desvencijada bandeja de madera de pino para servir la comida en la cama: hasta ahora no había tenido que utilizarla, y el viejo cachivache astillado había permanecido silencioso sobre los armarios de la cocina esperando una oportunidad para demostrar su utilidad. En una esquina podía leerse la inscripción hecha a navaja: “Leutnant Eldwin Baumgaertner. Renn solange du kannst!”, pero Estanis no se fijó en ella.
Café, leche, tostadas, mantequilla, mermelada y zumo de naranja para dos, hacía tanto tiempo que no desayunaba acompañado que canturreaba alegremente haciendo lo que habitualmente hubiese odiado realizar. Agarró la bandeja y se dirigió en busca de su dormida acompañante. Mientras caminaba lentamente procurando mantener el equilibrio, observó la embaucadora claridad que iluminaba la estancia. Se detuvo y miró a través de la ventana que quedaba junto a la cocina: el Sol resplandecía esplendoroso y las flores habían cambiado de tonalidad, manteniendo su extraña forma de corazón, y adquiriendo un tono malva en su pétalos y un amarillo febril en el polen que centelleaba al mismo nivel que los rayos solares. Entró en la habitación. Dejó la bandeja sobre la mesita de noche y comenzó a besar con dulzura los hombros de la mujer que dormitaba insinuante sobre la cama. Ella se movió parsimoniosa, pausadamente, emitiendo cautivadores ronroneos y suspirando a la vez que abría sus párpados tímidamente. Le miró y sonrió, y le pidió con un vaporoso mohín que la siguiese besando, que continuase desvelándola con la volátil delicadeza utilizada. Estanis incrementó las caricias hasta que consiguió raptarla del placentero letargo. Berta se incorporó con delicadeza seductora y abrazó a su afectuoso despertador deslizándole las manos por la espalda de arriba abajo, con extrema sutileza, sin dejar de sonreír, y emitiendo apacibles susurros repletos de cariño y ternura.
     
     -             Buenos días princesa - dijo Estanis cariñosamente.

-          Buenos días osito - dijo Berta mientras se desperezaba graciosamente - ¿No te parece que es muy temprano?

Estanis sonrió, volvió a besarla y la miró como si fuese la única mujer que existiese en el universo.

-          Venga princesa, te he preparado el desayuno: tostadas, zumo y café. No tenemos tiempo que perder,  el día es tan esplendido que debemos aprovecharlo.

Berta miró a Estanis y le brindó una sonrisa conciliadora. Se incorporó dejando ver su agraciada figura. Cogió algo de ropa y empezó a vestirse ante la atenta mirada de su acompañante, que untaba de mantequilla y mermelada un par de tostadas y llenaba dos tazas de café, la suya de Scooby-Doo y una taza blanca con la bandera noruega. Esperó a que terminara de vestirse y se sentase junto a él en la cama. Desayunó con tranquilidad mientras ella no dejaba de observarle, sin probar bocado, mirándole fijamente, pendiente de cualquier gesto de Estanis para recibirlo con una sonrisa y una mirada vidriosa cargada de afecto que hacía de su rostro un polvorín henchido de felicidad a punto de estallar en cuanto recibiese la chispa adecuada.

-          He venido a buscarte Están - dijo con voz calmada y suave mientras él la miraba extrañado - Ya he hablado con el director de la empresa y están buscándote un sustituto. Quiero que te vengas conmigo a Barcelona y vivir contigo toda mi vida.

Estanis pensó que no era verdad lo que le estaba diciendo, que tan solo era una broma de las que Berta le solía gastar, y continuó desayunando mirando a su compañera de manera amorosa.

-          Se que te puede resultar raro pero no soy capaz de vivir sin ti. Me di cuenta el mismo día que me acosté con el fantoche de mi ex y desde aquel día no he podido dormir ni dejar de pensar en ti. Por eso estoy aquí y por eso quiero que vengas conmigo de vuelta

Estanis dejó de desayunar. La miró confuso y salió de la habitación. Se sentó a la mesa camilla sobre la silla de madera de pino barnizada en tono chocolate que quedaba junto al cuarto de aseo. Agarró un cigarrillo del paquete de Chesterfield  blando y lo encendió con el mechero azul, el mismo que le obsequiaron en alguno de los bares que frecuentaba por el Borne. Lanzó dos enormes bocanadas y notó como ella le abrazaba por la espalda, metiendo sus manos entre la bata, y acariciándole el torso con dulzura. Recostó la cabeza en el pecho de Berta mientras ella le besaba con delicadeza en la cabeza y le contestó resignado:

-          Sabes que debo cumplir mi contrato. Que necesito el dinero, pero para eso debo aguantar los tres años aquí. -Estanis carraspeó y prosiguió su locución con su cogote apostado sobre los palpitantes pechos de su compañera-  Puedes quedarte el tiempo que quieras. Si lo que deseas es estar conmigo y no eres capaz de esperar tres años, quédate y comenzaremos aquí.

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