-
¿Quieres
saber quién soy? No serías capaz de concebirlo. No pienses que por encerrarte
escaparás de mí. Nadie lo ha logrado y tú no vas a ser el primero.
La voz retumbó en los oídos de Estanis, que sentía como si le
golpeasen con martillos desde dentro de su cráneo. Se cubrió las orejas con las
manos, pero el ilusorio berrido continuó atronando, acrecentando el mayestático
dolor punzante e induciéndole a un delirio desorbitado.
- Eres
mío desde antes de llegar a esta isla. El clima no ha cambiado, yo te lo he
hecho creer con mis irreales flores de nieve y con mis efluvios alucinógenos.
Has estado diez días a veinte grados bajo cero creyendo que estabas en
primavera: ¿No ves tus manos y tus pies?
Estanis se revolcaba penosamente sobre el entarimado de la cabaña sin
dejar de observar sus ennegrecidas manos y pies congelados. Lanzaba avinagrados
improperios acompañados de saponáceas babas blanquecinas mientras rastreaba la
estancia tratando de intuir un resultado idóneo para minimizar la martirizadora
influencia inconcebible que le había conducido hasta ese atolladero. Se
incorporó con torpeza, soportando el lacerante tormento de sus extremidades al
apoyarse sobre la hedionda madera. Sacando fuerzas de donde no las tenía, decidió atrancar las ventanas: entre desoladores
gritos partió las sillas y las mesas utilizando el oxidado hacha que colgaba
tras la puerta de salida, y claveteó los maderos resultantes sobre las hojas
que impedían la contemplación de la irrealidad exterior, intentando que aquella
abominación indefinible no entrase en su busca.
- ¡Ja, ja, ja! ¿Crees qué si taponas la casa te libraras de mí? Me seguirás oyendo porque ya formo parte de ti, estoy dentro de tu cabeza y sé lo que haces y piensas en cada momento.
- ¡Sí!,
pero también taponaré los conductos de ventilación y la chimenea para no oler
tus ponzoñosos efluvios y así no podrás tenerme.
Una carcajada arrolladora desestabilizó toda la estructura, haciendo
que Estanis temblase y se desgañitara imbuido por el pánico ante semejante
demostración de superioridad.
- ¿Ahora
me crees? Eres un bichito insignificante que ha caído en mi red. Ya te tengo
envuelto en mi seda y sólo me queda devorarte. No tengo prisa, tengo todo el
tiempo del mundo. Tu cerebro me pertenece y lo quiero. Si te resistes sufrirás
un tormento tan grande que acabarás loco. Si sales y te dejas llevar, ni
siquiera te darás cuenta de tu muerte, vivirás tú vida como querías y con la
gente que querías. Te dejo elegir.
El abominable ente incorpóreo demostró un atisbo de compasión hacia su
atrincherado trofeo, el cual bramaba desconsolado y se mostraba aturdido
mientras no cejaba en su vehemente empeño de taponar la chimenea a la vez que
conectaba la calefacción de gas, desconectada durante todos los meses de
estancia al servirse del cálido y acogedor fuego que desprendió el pedregoso
llar. Cada movimiento era un suplicio. Sus pies estaban tan hinchados y
renegridos que apenas si conseguía dar un paso sin desequilibrarse. No sentía
la nariz, y la mano derecha casi no la podía utilizar. Arrancó el PC y
lo incrustó en el cañón de la chimenea sobresaltándose repentinamente ante el
clamor de su enemigo.
- ¡Contesta
mierdecilla! ¿O eres tan cobarde que ni siquiera sabes tomar una decisión?
Elige: dolor, sufrimiento y muerte lenta, o placer, felicidad y muerte rápida.
Es un sí o sí.
Estanis se estremecía violentamente, pero mientras taponaba todo lo
que creía razonable para librarse de aquel ser meditó y creyó ver una
estratagema.
- Pienso
que hay una tercera opción -dijo balbuceando.
-
¿Y
cual es? -preguntó el abominable ente incorpóreo que parecía
envolver la cabaña con su ilusoria mandíbula nevada y mortífera.
Su rival ya le había mostrado todas sus cartas y eran demasiado buenas
como para superarlas, pero Estanis creyó tener un as en la manga.
- Si
me suicido no podrás devorar lo que te interesa.
La cabaña cimbreó impetuosa ante la funesta embestida huracanada. La
luz dejó de funcionar dejándola en una oscuridad aterradora.
La sarcástica risa de la bestia rechinó en los oídos de Estanis, que
sentía como si le clavasen alfileres en lo más profundo de su cerebro.
-
Tú
no eres capaz de quitarte la vida. Eres demasiado cobarde. Sal fuera y déjate
llevar, no tienes escapatoria.
Estanis cabeceó y en una repentina lucidez mental, recordó la
enigmática oficina de la calle Enrique Granados: A su mente acudieron las
imágenes del extravagante Sr. Masfurroll y su voz arrolladora, la atrayente
Srta. Ortiz y sus hipnóticas caderas, y el arrogante Sr. Mateu y su inacabable
Montecristo, pero ya era demasiado tarde para enviarles un mensaje: había
utilizado el ordenador para taponar el cañón de la chimenea y la comunicación
con ellos era imposible. Gimió y se dejó caer en el suelo oyendo el sibilino
ulular de la indescifrable esencia que picoteaba obstinadamente contra los
muros de su ineficaz fortín. Su cara estaba completamente desencajada y su
mente era un triste recuerdo disoluto de la cordura. Se miraba las manos y
sollozaba amargamente completamente descoyuntado. No sabía a que atenerse y continuaba sin asimilar lo que
sucedía. Giró a la derecha y en la inquietante penumbra logró discernir el
tímido resplandor fluorescente de la pantalla digital del Radiotransmisor Hf
Kenwood Ts-430 que nunca antes había utilizado, ni tan siquiera había reparado
en su existencia, y ahora era su única vía de escape. Se incorporó apretando
los dientes. Comprobó que se alimentaba de una batería auxiliar tras él y lo
conectó, excitándose levemente al escuchar el ruido característico al dar con
una frecuencia de transmisión. Envió un mismo mensaje de socorro a todas las
frecuencias que creyó conveniente, y volvió a dejarse caer, recostando su
espalda contra una carga de leña de abedul y esperando por una respuesta
afirmativa por parte de alguno de los receptores.
-
¿Crees
que vendrán en tu ayuda? -dijo el abominable ente incorpóreo
en tono burlesco- Ya es demasiado tarde y
con el temporal que hace tardarán varios días en acudir a rescatarte. No tienes
escapatoria.
Estanis se incorporó y se encerró en el dormitorio. Comenzó a
registrar dentro del regio armario de pino y cogió todas las mantas que
encontró en él, tirándose sobre el catre y tapándose con ellas. Se hizo un
ovillo y en un repentino ataque de paroxismo volvió a gritar.
- ¡Quién
eres! ¡Sólo dime quién eres y por qué haces esto!
El abominable ente incorpóreo se regodeó, carcajeó ruidosamente y le
apabulló instantáneamente con su argumentación:
- ¿Quién
soy? Soy quién lleva aquí desde el principio de los tiempos. Mucha gente cree
haberme visto, pero nadie ha sido capaz de definirme...ni de sobrevivir. Puedo
acabar con miles de personas sin problema alguno, pero me gusta alimentarme uno
a uno, así mi juego resulta más -la voz pareció
relamerse de placer- entretenido. Sólo me
interesan las ondas cerebrales de mis víctimas: me alimento de ellas y no
necesito el cuerpo, por eso siempre aparecen sin mayor daño físico que el
producido por ellas mismas en su locura inducida. ¿Te decides a salir pipiolo?
Comentarios
Publicar un comentario
Su tabaco, gracias.