Viajando en ultramar, donde nadie le conoce y donde no conoce nada, completamente alejado del barullo y de las conversaciones aburridas y monótonas, del humor sarcástico y totalmente superficial, de esa percepción abstracta y cubista de los sonidos, le dominaba una sensación total de relajación. Silencio. En el barco sentía el silencio más profundo de todos: el qué te hace sentir miedo al ruido, el qué te deja hablar con tu alma y descubrir quién eres y qué quieres, el qué te relaja hasta caer en la noche de los caminos abiertos, el mismo al que temes a diario porque te enseña tus temores y errores y hace que bajes la guardia. Eso era para él la estructura primordial del silencio, pero pensaba que no llegaría a ser completo hasta que fuese de la mano de la soledad. En su vida sufrió silencios emotivos y oportunos, pero no le parecieron tan fuertes, tan pesados como el que sentía: hasta el ruido del motor del barco parecía haberse acallado, haciendo que su cuerpo formase parte del a...