Dos señoras emperifolladas llegan a la recepción del reino del otro mundo. Ambas caminan con un porte majestuoso y conversan agradablemente alabando el suntuoso lugar al que acuden. Conforme se aproximan, un par de mendigos cartoneros desdentados con una fetidez de perímetro pista de atletismo elevado a ene, balbucean junto a ellas, que se tapan la nariz y los miran con desdén a la vez que hacen gestos ñoños y tratan de ocultar sus imaginarios bolsos en un acto reflejo adquirido durante su anterior vida. Los dos parias llegan al mostrador y el conserje, un antiguo funcionario comunista con más malaje que un destornillador sin vodka, les solicita los nombres, revisa una carpeta y les dice: "Señores, les ha tocado vivir en la calle querubín en el edificio por Dios que sea sangre. Anda, aligerad el paso que no tengo todo el día". Los mindundis se miran con alegría y saludan encantados mientras se adentran a través de la puerta de acceso al paraíso. T...