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Mostrando las entradas etiquetadas como miedo

Esperando al tren: 2ª parte

El despertador sonó a las cinco de la mañana como cada día. Raúl surgió de entre las sabanas con una cara de espanto y asco que rayaba lo sublime. Odiaba levantarse tan temprano, pero no le quedaba más remedio. Aún con los ojos cerrados por una legión de legañas, se dirigió al baño y mecánicamente, realizó su aseo personal de cada mañana. Se metió en la ducha y bajo el chorro continuo, sus músculos comenzaron a reaccionar, estirándose mientras en su cabeza retumbaba una cancioncilla terca y repetitiva: "A veces la miro y lloro y lloro..., ¡manda huevos!", se dijo tratando de exorcizarla. Tras finalizar la remojada matutina, secaba el espejo, lanzaba una mirada curiosa y comenzaba a poner caras graciosas de manera continua e   impulsiva. Cogió la espuma de afeitar y una maquinilla desechable del cajón que le correspondía en el reparto familiar de los enseres del cuarto de aseo, y comenzó una de las tareas más estúpidas que la humanidad haya podido inventar, un trabajo constan...

El ojo muerto: Weatherco (1)

Eran las 4’30 de la madrugada y no había logrado pegar ojo durante toda la noche: la machacona humedad mediterránea exprimía sus poros hasta dejar a su cuerpo irritablemente encharcado. Se sentía completamente aturdido, sin saber a qué atenerse. Decidió salir de su zulo en la calle Talleres y pasear bajo la asfixiante calima tratando de desentumecer su contraída musculatura y airear las derretidas ideas. Sabía que todos los kioscos permanecían abiertos durante la madrugada y se dirigió al más cercano a la Plaza Cataluña, en la Rambla de Canaletas. Lanzó un hirsuto buenos días al quiosquero y recogió y pagó un ejemplar de  La Vanguardia .  Continuó bajando las Ramblas observando el torpe transitar de turistas alcoholizados y el bullicio de los pakistaníes vendiendo cervezas sin hacer caso de la Urbana, que tampoco se inmutaba ante lo que veía. Siempre pensó que todo podía ser comprado, desde un simple periódico hasta cualquier tipo de autoridad, y la situación que contemplaba...

El ojo muerto: Prólogo

Resulta doloroso caminar sobre el grisáceo manto nevado. Cualquier ingenuo movimiento transmite un eco delator que pondría en alerta a las alimañas que merodean el territorio, propiciando una funesta embestida de la cual no habría posibilidad de huir. Cada vez que inspiro el enrarecido oxígeno, mis pulmones parecen crepitar y emitir ingratos silbidos que se esparcen por el desolado entorno delatando mi posición. Vivo inmerso en una avasalladora paranoia que me mantiene alerta, pero quizás no la desee por más tiempo. Ni siquiera recuerdo la última vez que conseguí hablar con alguien conocido. Mi rutina diaria se reduce a encontrar un lugar cálido y seguro en el que dormir, la frialdad imperante se amplifica ante la carencia de calor humano, y encontrar comida es un suplicio que añadir al simple hecho de despertar cada mañana. Los cuervos acechan pérfidamente sobre la copa de los álamos y una camelia permanece altiva junto a la escalera de entrada al edificio. Su destello...

Latitud gótica

En el primer escalón a mis perversas pesadillas: oscuridad afilada, entornada; escalofríos premonitorios; cantes quemados; fragancias acorraladas, disonante sermón en esporas de mi antagonista. En el segundo escalón a mis perversas pesadillas: macedonias de incógnitas, atrincheradas; oblicuos estallidos en el aprisco correcto; atolladero alveolar; caricaturas precolombinas en depravada coreografía. En el tercer escalón a mis perversas pesadillas: agridulce pentagrama, retumbante; alcornoques calcinados exudando trementina; aurículas efímeras tarascadas supra eyecciones de escofras domésticas. En el cuarto escalón a mis perversas pesadillas: petrificada osamenta, claveteada; acres cavidades henchidas de inocencia; urdimbre sentimental; circunspectas limazas salivando en Muro Decadencia. En el quinto escalón a mis perversas pesadillas: Luzbel en selvática chimenea oxidada; acuosi...