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El cielo no es azul




Dos señoras emperifolladas llegan a la recepción del reino del otro mundo. Ambas caminan con un porte majestuoso y conversan agradablemente alabando el suntuoso lugar al que acuden. Conforme se aproximan, un par de mendigos cartoneros desdentados con una fetidez de perímetro pista de atletismo elevado a ene, balbucean junto a ellas, que se tapan la nariz y los miran con desdén a la vez que hacen gestos ñoños y tratan de ocultar sus imaginarios bolsos en un acto reflejo adquirido durante su anterior vida. 
Los dos parias llegan al mostrador y el conserje, un antiguo funcionario comunista con más malaje que un destornillador sin vodka, les solicita los nombres, revisa una carpeta y les dice: 

"Señores, les ha tocado vivir en la calle querubín en el edificio por Dios que sea sangre. Anda, aligerad el paso que no tengo todo el día". 

Los mindundis se miran con alegría y saludan encantados mientras se adentran a través de la puerta de acceso al paraíso. Tras ellos, las señoras sonríen pérfidamente y se acercan al mostrador dando los buenos días y una de ellas le dice al funcionario con expresión hipócrita: 

"Hay que ver el mal olor que hace, ¿verdad?" 

El eventual recepcionista ni siquiera levanta la vista de su carpeta y les dice: 

"A ver señoras, que no tengo todo el día. Díganme sus nombres y apellidos". 

Una de ellas espeta: 

"Es usted un grosero, venimos con educación y nos trata como a unas cualquiera. ¡Qué se ha creído usted!" 

La tamuja celestial se baja las gafas hasta la punta de la nariz y les replica: 

"Mire señora, hoy me toca recibir a un millón de visitantes, o se aligera o llamo a los arcángeles que esos ni siquiera necesitan libreta, ¡le queda claro!" 

Las señoras se ruborizan y visiblemente molestas dan sus datos. Su anfitrión revisa la libreta y les dice: 

"A vosotras os ha tocado el otro lado: Arrabal 18 de Julio choza nº1936 para ti y Arrabal 20 de Noviembre choza nº1975 para ti. Arreando que es gerundio, ¡señoras!" 

Ambas se miran y una de ellas replica encabritada: 

"Mire usted, debe haber un error. Nosotras hemos llevado una vida ejemplar rodeada de nuestros seres queridos y siguiendo los designios de Fray Escrivá de Balaguer al cual han canonizado y... -carraspea y se pone amoratada- ¡Exijo que rectifique, que clase de broma es ésta!" 

El conserje ni se inmuta. Levanta la libreta, les enseña sus nombres e inmediatamente despliega un dossier de más de dos metros de longitud de cada una de ellas y les dice: 

"Pero si tienen su vida repleta de maldades. No me hagan perder el tiempo" 

Las señoras visiblemente acaloradas y con amago de caer en un soponcio histérico tratan de arreglar el entuerto engatusando al dry Martini que las ausculta: 

"Pero, es que nosotras rezábamos después y pedíamos el perdón de Dios, y donábamos dinero para la iglesia y..." 

El comunista arrea un mandoble sobre el mostrador y con las venas del cuello a punto para formar parte de la nueva campaña de Trombocid las perdigonea elocuentemente: 

"¡Iglesia!, aquí somos todos iguales y a mi derecha van los que tienen que ir, y a mi izquierda también, así que: agarren los picos y las palas antes de atravesar la puerta y pongan sus aristócratas posaderas en dirección a sus nuevos domicilios, que trabajo no les va a faltar. -las mira de arriba abajo y grita- ¡Ya!" 

Las señoronas cogen las herramientas y cruzan a su nuevo hogar con el porte alicaído, la tez macilenta y la cabeza gacha, y Jegudiel las recibe blandiendo su látigo y señalando la enorme cantera con una mano y, posteriormente, las chozas donde residirían hasta que pagasen sus sibilinos actos terráqueos.

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