-
Disculpe
la interrupción Sr. Ibarra. ¿Puedo tutearle? -dijo el Sr.
Mateu sonriente.
-
Sí por supuesto.
-contestó Estanis abrumado ante la
resolución de su entrevistador.
- Bien Estanis. A continuación te voy a explicar
brevemente en que consistiría tu trabajo. Tenemos una central de recogida de
datos meteorológicos y medioambientales en el archipiélago de las Lofoten, al
norte de Noruega. En una de sus islas, la llamaremos número cuatro, se
encuentra una cabaña de nuestra propiedad donde residirá la persona encargada
de recoger y enviarnos los datos vía Internet. -Carraspeó,
dio una larga calada al Montecristo y prosiguió- Durante tres años, si aceptas el trabajo, sólo verás al suministrador
de provisiones. Dichas provisiones las tendrás que especificar en una lista
antes de tu salida para los seis primeros meses, y a través de Internet durante
la estancia en la Isla.
Podrás disponer de todo lo que solicites sin excepción,
siempre y cuando estén en el libro que te daremos si aceptas trabajar con
nosotros.
Estanis escuchó con atención el tono de voz tan suave que utilizaba su
interlocutor que se mezclaba con el inefable péndulo de Newton haciéndole caer
en un sopor hipnótico que desmontaba cualquier posibilidad de alerta sensorial
ante las posibles trampas retóricas que le tendiesen.
El Sr. Más continuó su oratoria:
-
En
la Isla contarás con calefacción de gas y chimenea. La leña la encontrarás en
un cobertizo en el cual debe haber carga suficiente para seis u ocho meses de
estancia. Dispondrás de antenas para transmisión de radio, Internet y
televisión. Un PC de última generación con todos los accesorios del
observatorio sinóptico de superficie, una televisión, un home cinema para
escuchar música y visionar cualquier tipo de película o mensajes que te
enviemos vía e-mail, además del radiotransmisor y de todos los electrodomésticos
necesarios para vivir con total normalidad en una casa.
Estanis le miró con gesto circunspecto, pero aliviado al haber
finalizado el repetitivo traqueteo de las bolitas de la testaruda cuna de
Newton.
-
Visto
tu currículum sólo me queda hacerte una
pregunta: ¿Estás seguro que quieres ir? El sueldo es magnífico -dijo
sonriente a la vez que acercaba el Montecristo a sus labios y le propinaba una
monumental calada, y exhalando posteriormente el humo hacia Estanis prosiguió- pero una vez firmado el contrato no podrás
abandonar la Isla hasta que lo finalices.
Estanis dijo que sí sin meditarlo: necesitaba el trabajo y además de
tratar de encauzar las últimas situaciones desastrosas que habían ocurrido en
su vida, quería retomar su verdadera vocación. Anhelaba volver a escribir, y
aquel lugar apartado dónde dispondría del suficiente tiempo libre para
desarrollar las ideas que le surgían incontrolables, era su única vía de escape
hacia el futuro por el que siempre luchó.
-
Me
parece una excelente idea Estanis. Así que si no tenemos más que decir, te paso
el contrato.
Estanis lo leyó por encima sin fijarse en ningún detalle y lo firmó
con vehemencia. Su oponente rubricó el acuerdo con un enérgico apretón de manos
mientras decía:
-
Me alegra de tenerte en nuestra
empresa Estanis. A partir de hoy
dispones cuatro días para preparar tu marcha. Saldrás el próximo día 1 de
Septiembre desde El Prat dirección Oslo a las 20:30 de la tarde. Allí tomarás
un vuelo regional con destino Tromsö, y desde allí un helicóptero de la
empresa te llevará hasta Stakkvik, dónde el capitán Gómez te debería estar
esperando al mando del Alexandra. A continuación te acompañará la Srta. Ruiz y
confeccionarás la lista de provisiones que llevarás. Te entrego este libro donde
encontrarás todos los productos que puedes llevarte con su precio al lado,
además de un cheque que limita la cantidad a disponer en la primera entrega.
Por favor, siga a la Srta.
Ruiz. Te deseo suerte en tu nuevo puesto de trabajo.
Y se despidió mientras paladeaba el peculiar aroma de su Montecristo y
observaba sonriente a su nuevo empleado que permanecía absorto tras las
insinuantes caderas de la atractiva secretaria.
-
Acompáñame
a recepción por favor –dijo con voz suave y armoniosa
mientras avanzaban – Siéntate en esta
mesa y rellena la lista de productos, ¿vale?
Estanis asintió con ademán caricaturesco y ocupó la mesa para rellenar
el cuestionario. Inspiró profundamente y cabeceó risueño: durante la pasada
madrugada era un hombre totalmente
derrotado y ahora sólo tenía cuatro días para recoger lo básico y desplazarse
al lugar más perdido y alejado al que jamás hubiese imaginado ir. Estaba
nervioso, pero a pesar de las prisas, y de la extraña concatenación de
circunstancias que había experimentado durante la mañana, su discernimiento no
conseguía blandir una simple duda razonable que le hiciera rechazar o
replantearse la provechosa ventura que le aportaría el singular empleo que
acababa de aceptar.
Llevaba más de media hora confeccionando la lista y ya no le quedaba
más crédito en el cheque, así que optó por entregar el extracto, que en esta
primera instancia constaba, resumidamente, de: cinco jerséis alpinos de lana;
tres anoraks en tonos azul turquí; dos chándales de algodón; tres pijamas de
algodón; tres pares de botas para trekking; dos pares de zapatillas deportivas
y otras tantas de babuchas de paño a cuadros marrones; veinte pares de
calcetines, quince de lana y el resto de algodón; tres forros polares; dos
gorros de lana, un pasamontañas y un trapper de piel sintética; dos chaquetones
nórdicos; dos edredones; cinco mantas; cinco juegos de sabanas de franela;
veinte toallas de distintos tamaños; una bata a cuadros amarillos y marrones;
dos albornoces…Para no quebrarse mucho la cabeza, decidió que toda la
indumentaria fuese del mismo color azul turquí que eligió para los anoraks:
Fiambre enlatado variado; comidas precocinadas, tanto congelada como enlatada;
verduras, pescado y carne congelados; gelatina de frutas, helados, yogur,
café de la variedad Angola, tila, azúcar, galletas, tomate enlatado, patatas en
diferentes formas, alubias, pan congelado, zumos de frutas congelados,
especias, aceite de soja, vino de mesa…Calculó las cantidades necesarias para
seis meses y recortó en algunos productos para poder añadir los extras: tres
cajas de William´s Lawson, cincuenta cartones de Chesterfield blando, tres
cajas de vino de Rioja y veinte cajas de cerveza Heineken en lata.
Al entregar el extracto, le comentó a la atractiva secretaria lo
gratificante que era poder llevar cigarrillos y alcohol, y quiso saber si
habría algún impedimento con los productos en la aduana, ya que al no
pertenecer Noruega a la comunidad europea, estaría limitado el transito de
dichos productos.
-
No
te preocupes. Tenemos un acuerdo con el gobierno noruego para transportar los
productos. Además, tampoco nos pondrán obstáculos burocráticos con los
medicamentos que le enviaremos a la Isla.
Estanis la escuchó atento, mientras le subyugaba la certera percepción
de estar escuchando la voz femenina mejor timbrada que había oído en toda su
vida.
-
Acompáñame
al departamento dónde te enseñarán lo que debes hacer en la estación
meteorológica.
Siguió a la fascinadora asistente a través del grisáceo pasillo hasta
la puerta anaranjada que se encontraba a la derecha. La abrió, y un señor que
aparentaba tener unos sesenta años, con una prominente calva que quedaba
eclipsada por el desgreñado cabello canoso ensortijado, grasiento, que le
llegaba por los hombros, y en cuyo rostro destacaba una nariz gorda, arrugada y
bastante colorada, lanzó su portentoso torrente de voz, el cual retumbó en sus
oídos de manera arrolladora.
-
Buenos
días Sr. Ibarra. Soy el Sr. Masfurroll, el encargado de enseñarle todo lo que
tendrá que hacer en aquella Isla donde le mandan. Siéntese y escuche
atentamente porque sólo lo diré una vez.
El Sr. Masfurroll se hizo el interesante mientras su respiración podía
oírse a un kilómetro a la redonda.
-
Hay
un jardín meteorológico, en el cual debería estar una garita similar a la que
distinguirá perfectamente en el dibujo de la pizarra.
Estanis observó atentamente el dibujo y le pareció una caseta para
pájaros, como la que tenía su tío Carmelo en el pueblo.
-
Allí
se recogen los datos térmicos, pluviales y ventosos, así como el índice de
radiación UVA, y los cambios atmosféricos durante las transiciones entre
estaciones, y se envían automáticamente al observatorio sinóptico de superficie
que estará instalado en el interior de su vivienda junto al ordenador, pero a
pesar de tanta tecnología, usted deberá recoger todas las cifras a diario de
manera manual, y siempre se hará a las
mismas horas: las 8:00 a.m. y las 6:00 p.m., excepto los relacionados con las
estaciones para los cuales sería necesario una serie de datos que le enviaremos
por correo electrónico cuándo sea necesario, –dijo
con aires de gran maestro- y enviarlos
inmediatamente a Weatherco S.A. a mi nombre. ¿Tiene alguna duda?
Estanis negó obnubilado y escuchó de nuevo a su peculiar profesor:
-
La
razón por la que usted ha conseguido este trabajo he sido yo, -dijo
altanero mientras un súbito bufido impregnó el laboratorio con un singular olor
en el cual se mezclaba el ajo con el café y el característico aroma del cigarro
habano de baja calidad- Si fuese por el... -miró a los lados mientras
guiñaba el ojo derecho- esto que quede entre usted y yo -Estanis le
guiñó un ojo con complicidad y contuvo la risa- si fuese por el chipichangas
de los Montecristos iría todo de manera robótica. ¡Engreído! No hay nada como
el calor humano para este tipo de trabajo. Además, ayudamos a alguien e
invertimos una cuarta parte de lo que quería gastar el estirado petimetre -se
giró murmurando en catalán- Estúpid tocacollons prepotent de poques llums -y
cómo si volviese de una ensoñación prosiguió- Entonces, ¿le ha quedado claro
lo que tiene que hacer?
Estanis le dijo que sí mientras
alucinaba por lo que acababa de contemplar, y tras un breve apretón de manos se
alejó de la compañía del rechoncho, hediondo y extravagante, pero divertido Sr.
Masfurroll, y se acercó de nuevo a la simpática y seductora Srta. Ruiz.
-
Sr.
Ibarra, aquí tiene los pasajes para el vuelo: saldrá de Barcelona a las 20:30
dirección Oslo. Allí tomará un vuelo regional que le llevará a Tromsö donde le
esperará un helicóptero de la empresa que le acercará a Stakkvik, donde el
Alexandra, capitaneado por el capitán Olä Günnar Gómez, le acercará a la Isla
número cuatro junto a las provisiones. Espero que tenga mucha suerte en su
nuevo trabajo.
Estanis sonrió y asintió amablemente, y sin mayor dilación, abandonó
la austera oficina, encaminó el pasillo iluminado por las grotescas cristaleras y accedió al avejentado ascensor
que le infundía más miedo que seguridad.
Salió a la calle y el Sol le cegó exageradamente. Se colocó las
rayban, se quitó la chaqueta, arremangó la camisa y se deshizo de la horrenda
corbata, tirándola en un contenedor de escombros que se hallaba frente a la
sucursal de la Caixa Penedés. Miró al cielo aliviado, y sonriendo bajó Enrique
Granados, tomó a la izquierda por Rosellón y luego a la derecha, enfilando
Balmes con una alentadora alegría mientras no dejaba de tararear alguna
cancioncilla alegre que recordaba habérsela escuchado silbar a su abuelo
materno cuando se encontraba feliz. Continuó bajando la calle pensando en lo
que podía hacer durante los cuatro días previos a su partida. Encaró la calle
Pelayo hasta que llegó de nuevo a la altura del semáforo frente al café Zurich,
donde se volvió a ver rodeado de turistas escarlatas y de compradores
compulsivos cargados de bolsas. De la boca del metro no cesaban de subir y
bajar personas: algunas corrían y otras se encontraban y se saludaban
efusivamente. El disco cambió de color y se dirigió sin dilación a su
habitáculo en la calle Talleres. En la Rambla de Canaletas se amontonaban los
viandantes frente a los trileros y los distintos artistas que mostraban su arte
tratando de sacar algún dinerillo para poder pagarse los estudios, la comida o
la casi segura pequeña habitación en la que residían, mientras los carteristas
aprovechaban el rebullicio para afanar los bolsillos de los más despistados.
Observando todo aquello, recordó cuando con su amigo Miguel se buscaron la vida
en aquella zona realizando números de Faemino y Cansado: solían actuar a media
tarde y de todos los números que realizaron, el qué recordaba con más cariño
era el del circo de los Protozoos. Durante dicha actuación, su inquieto amigo
realizaba las funciones de maestro de ceremonias, disfrazado de leucocito,
presentando los diferentes números que interpretaban imaginarios
microorganismos, hasta que él aparecía de virus encapuchado al grito de: “¡Lacasito,
manos arriba! Tú no te salvas ni con aspirina.” Y proseguía el número
contando anécdotas mientras su histérico compañero, incapaz de controlar la
risa, trataba de dialogar para que no le invadiese:
-
Señor virus, que tengo mujer e
hijos y no llego a fin de mes.
-
Peor lo paso yo, que cada vez que
intento ligar con una ameba se parte en dos al contarle un chiste.
-
Tenga compasión de mí, que los
antibióticos me han quitado el trabajo y ahora sólo sirvo para darle
pellizquitos a las bacterias intestinales.
-
¿Yo que soy? Un mal bicho ¿no?,
pues cada uno a lo suyo. No me venga ahora con sentimentalismos. O saca la
porra y se lía a dar palos, o contagio a todos los que están aquí. Mira, mira
como contagio -decía mientras lanzaba el vaho contra el
público- Soy muy malo.
No pudo reprimir la sonrisa ya que, a pesar de ser una mala época en
el aspecto económico, jamás olvidaría aquellos instantes de felicidad.
Enfiló la calle Talleres, la cual aparecía atestada de transeúntes.
Trató de esquivarles pero a pesar de su esfuerzo, tropezó en el portal de su
edificio con varios heavys que salían de Discos Castelló y Discos Tesla, dónde
acababan de comprar las entradas para el último concierto de los Maiden. Los
observó con curiosidad, y tras mantener un leve debate con ellos en el cual les
dijo que Bruce Dickinson no le llegaba ni a la suela de los zapatos a Paul
Di'Anno, lo que produjo que los chavales se enardecieran obsequiándole con
amenazadores toqueteos de sus partes bajas, humaredas marroquinas dirigidas a
su rostro, y salpicaduras de calimotxo en sus zapatos, decidió cerrar la puerta
tras de sí y dejarles vociferando.
Mientras subía las desgastadas escaleras, no dejó de pensar en la excepcional casualidad de haber hallado una oferta de trabajo que se adecuase a lo que buscaba, y en la extraña situación que había vivido en la oficina, dónde sólo él, y nadie más, se había presentado a la entrevista: una cita en la cual ni siquiera le habían solicitado conocimientos sobre meteorología, y en la que todo lo que la rodeó hubiese alterado a cualquiera que lo hubiese vivido, pero desechó aquellas perturbadoras cavilaciones y se centró en lo conseguido: Por fin tenía trabajo y eso calmó cualquier atisbo de insurrección mental.
Mientras subía las desgastadas escaleras, no dejó de pensar en la excepcional casualidad de haber hallado una oferta de trabajo que se adecuase a lo que buscaba, y en la extraña situación que había vivido en la oficina, dónde sólo él, y nadie más, se había presentado a la entrevista: una cita en la cual ni siquiera le habían solicitado conocimientos sobre meteorología, y en la que todo lo que la rodeó hubiese alterado a cualquiera que lo hubiese vivido, pero desechó aquellas perturbadoras cavilaciones y se centró en lo conseguido: Por fin tenía trabajo y eso calmó cualquier atisbo de insurrección mental.
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Su tabaco, gracias.