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El ojo muerto: Ataúd (4)


Fijó su vista en el techo y comenzó a temblar tan violentamente que sus dientes parecían que iban a reventar al chocar entre ellos. Bebió largamente de la botella de whisky, atragantándose y escupiendo entre convulsivas toses, y se sintió desdichado y atrapado sin remisión. Llevaba largo rato sin escuchar al abominable ente incorpóreo y eso le producía más pánico que tranquilidad: no intuía que podía estar planeando, aunque de lo que sí estaba cada vez más seguro era de la certeza de encontrarse dentro de su tumba. Esa desagradable sensación le hizo vomitar sobre el suelo de la estancia principal. Gimió desconsoladamente y esperó que su verdugo moviera la siguiente pieza, él ya no tenía más movimientos y sólo le quedaba esperar.
Tras un par de horas de insufrible calvario silencioso, sospechó que su antagonista había decidido darle una ultrajante tregua en espera del ataque final. El gas llevaba tiempo sin funcionar y la cabaña estaba completamente helada, y el frío le atenazaba a pesar de las mantas y la cantidad de ropa que llevaba puesta. Su mente buscaba y escarbaba sin descanso intentando hallar alguna explicación lógica a la espeluznante situación que estaba viviendo. Hacía cerca de cuatro horas que había enviado los mensajes de radio y esperaba alguna respuesta mientras bebía whisky tratando de entrar en calor. Se recostó de la puerta de la habitación y empezó a canturrear: “Un día más me quedaré sentado aquí....” sobresaltándose de repente al escuchar con nitidez como llamaban a la puerta de la cabaña. Cesó su cantinela y esperó durante unos segundos insufribles, hasta que tras tres nuevos golpes logró distinguir una cálida voz:

-          Están, abre la puerta soy yo Berta. Estás sufriendo alucinaciones. Sal fuera y regresaremos a Barcelona. Necesita verte un médico. Entra en razón. Si sigues ahí morirás. Te quiero Están. Escúchame por favor.

Estanis negó enérgicamente con la cabeza, golpeándose en la frente con sus hinchadas manos tumefactas y gritó:

-          ¡No eres real! Tú no eres Berta, sólo existes en mis recuerdos. No conseguirás que salga.

-          Están cariño, si no fuese real: ¿cómo puedes escucharme o cómo pasamos la noche juntos? Sal fuera y me verás, te sigo esperando. ¿No oyes el motor del Alexandra? Están esperando por ti. No seas paranoico y ven conmigo, sólo así lograrás curarte. Sabes que lo hago por tú bien.

-          ¡Déjame en paz bicho de los cojones! No conseguirás que salga, ninguno de tus trucos podrá convencerme.

-          ¿Es que no reconoces mi voz? Soy yo Están, soy tú compañera, la que te ha venido a buscar porque no puede vivir sin ti. ¿Piensas que podría engañarte? Miguel está junto a mí. Ven con nosotros y regresa a tu vida. No te encierres, estás demasiado enfermo como para aguantar mucho tiempo aquí. Si sales todavía habrá tiempo de curar tus congelaciones. Si sigues en la cabaña perderás los pies y las manos y puede que acabes muriendo entre insufribles dolores y eso me destrozaría: ¿Quieres eso?

-          ¡No eres real! Quieres que salga para atraparme pero no lo haré. Puedes intentarlo de todas las maneras posibles pero no lo conseguirás. ¡Tendrás que entrar a por mí!

La cabaña volvió a cimbrearse de manera frenética y Estanis encaró la situación agarrado a la botella de Williams Lawson.

-          ¿Entonces no me crees? ¿No crees a la persona que más amas? ¿Qué más quieres que te diga?

-          Tú no eres la persona a la que más amo. Sólo eres una engañifa. Si tienes tanto poder entra a por mí.

La voz cambió de timbre haciéndose tan estridente que le hizo taparse las orejas y bramar ante el punzante dolor que le producía.

-          Ya veo que no caerás en mis trucos con la facilidad que han caído mis otras víctimas, pero todavía tengo muchos recursos para hacerte salir. Te seguiré taladrando sin remisión hasta que lo consiga o te vuelvas tan loco que acabes pidiendo tu muerte.

Estanis se incorporó sintiendo como los pies casi no podían  mantenerlo, notando un sufrimiento tan atroz que sería imposible de describir. Tambaleándose regresó a la habitación y comenzó a escribir en su diario, anotando todo lo que le estaba sucediendo entre penosos dolores de sus dedos al mover el bolígrafo y blasfemando guturalmente, mientras seguía escuchando las aulladoras embestidas del abominable ente incorpóreo, que parecía hurgar e inspeccionar todos los resquicios de su ineficaz fortaleza con un gélido silbido que acompañaba todos sus movimientos. Estanis sonrió visiblemente embriagado y alentó a su contrincante:

-          ¿No eres capaz de entrar? Hazlo si eres tan poderoso. Escribiré sobre ti en mi diario y sabrán de tu existencia, y desmontarán tus planes.

-          Pensarán que te volviste loco y que todo fue producto de tu imaginación. Nadie creerá tu delirante historia. Todos pensaran que moriste en medio de la locura y tú diario formaba parte de ella. Nadie te creerá...

Estanis continuó escribiendo sin inmutarse por la perorata de su antagonista y contraatacó:

-          ¡Por qué yo! ¿Por qué me has traído a mí hasta aquí? Seguro que hay gente con un mayor poder en sus ondas cerebrales que las mías. ¿Y si aguanto tres meses? Entonces llegarás tarde a tu objetivo.

De nuevo resonaron las carcajadas, retumbando con tal violencia que parecía como si un terremoto hubiese asolado el aislado islote.

-          Ya te dije que me faltan cinco mentes para acabar de acumular todo el poder que necesito y contigo acabaré antes de dos semanas. No aguantarás más de lo que yo quiera.

-          ¿Pero por qué haces todo esto y no acabas para buscar tus otras presas? Termina de una vez y haz lo que tengas que hacer.

-          Me gusta jugar con mis presas, ya te lo dije, además, las víctimas que me faltan ya las tengo localizadas. En cuanto termine contigo y con los otros cinco, pondré fin a mi vida  en el Ártico y bajaré al calor del Oriente Medio.

    -          ¿Y por qué en Oriente Medio?


   -    Allí se encuentra el portal que me hará regresar a mi lugar de origen, y por el cual     descenderán mis súbditos a vuestro patético planeta, y créelo, no vendrán a pasar dos mil años con vosotros, ni serán tan amables cómo yo lo he sido, no después de que tuvierais encerrado a su emperador durante tanto tiempo.

-          Pero allí te verán -  dijo Estanis con curiosidad – y podrán atacarte. El mundo ya no es como hace dos mil años. Te atacarán con todo el arsenal que tienen y te matarán.

-          ¡Iluso! -bramó encolerizado el abominable ente incorpóreo- ¿Todavía dudas de mi poder? ¿Recuerdas lo que ocurrió hace dos mil años en los alrededores del mar muerto? ¿Recuerdas a un tal Jesús? -un gruñido aterrador retumbó con fuerza- El sacrificio de aquel Galileo redentor me confinó en éste paupérrimo planeta. Pero pensaron que aquella sanguinaria expiación me impediría contactar con mis súbditos -se produjo un silencio inquietante- y que sería para siempre.

Estanis no daba crédito a lo que escuchaba.

    -      ¿Y por qué vives en el frío? -preguntó confundido.

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