Ella se alejó de él. Se detuvo frente a la ventana junto a la puerta
de la cocina, mirando fijamente al exterior con cara de contrariedad y espetó:
-
Aquí
no seríamos felices, seguro que acabaríamos mal. ¿De verdad no quieres volver
conmigo?.
Él se incorporó y abrió la puerta de la cabaña notando como la
temperatura llegaba a ser asfixiante: eran las 10:00 y parecía que estuvieran a
30ºc en el exterior.
Se paró en el porche
contemplando la mesozoica lámpara de Ruhmkorff junto a sus pies y contestó:
-
Pensaba
que venías a quedarte unos días para recuperar lo nuestro, pero nunca me
imaginé que lo que querías era que regresase a Barcelona. Si lo que intentas
hacer de nuevo es que yo me adapte a tu mundo, no lo vas a conseguir. -Estanis
contuvo la irrefrenable rabia anegando sus ojos- Mi mundo está planificado para los próximos tres años, y está aquí.
Quédate conmigo. Deja tu aburrido trabajo en tu aburrida oficina dónde no
puedes demostrar tu talento creativo, y vivamos juntos, ¡aquí!, dónde podrás
evolucionar en tus diseños y trabajar en lo que te gusta, pero no me pidas que
regrese porque no lo voy a hacer.
-
¡Entonces
esto es lo que quieres! ¿Vivir en una isla perdida sin nadie con quién hablar y
solo? Si piensas que sólo vengo a follar
y no te vas a venir conmigo de vuelta no me volverás a ver jamás.
Él la miró y quedó impresionado: nunca había visto esa expresión de
frialdad en el rostro de Berta y se asustó. Le parecía estar frente a un
enemigo que le taladraba con su mirada.
- Sabes
que tengo un contrato que cumplir y lo voy a finalizar.
Contestó fríamente, notando como ella le miraba cada vez con mayor
displicencia, y salía de la cabaña bajando las escaleras con premura,
deteniéndose entre la legión de flores cuya tonalidad recordaba al
incandescente magma volcánico y que combatían en luminosidad con los
centelleantes rayos del astro rey.
A lo lejos, una bocina de barco retumbó estruendosamente, haciendo que
Estanis alzase la vista y otease la calma del helador mar de Barents. Era el Alexandra
que regresaba a la isla.
-
¿Oyes
el barco Están? Vienen a buscarme, y tú tienes que venir conmigo. Tienes que
hacerlo, es tu destino. Aquí no tienes nada, ni siquiera has sido capaz de
escribir un guión en los meses que llevas aquí. ¿Crees que no lo sé?.
Estanis negó con la cabeza sintiéndose incapaz de reconocer a la
persona que tenía frente a él. No concebía que le exigiese algo que no iba a
realizar. La miró extrañado, como si no fuese la misma mujer a la que había
despertado aquella misma mañana. El rostro de Berta parecía el de alguien que le quisiese
arrastrar hacia algo que no debía hacer.
Los engranajes del motor del Alexandra comenzaron a detenerse
al llegar al exiguo atracadero y eso le puso muy nervioso. El calor ambiental
que notó al salir de la cabaña se había convertido en una sofocante percepción
que secaba su garganta y derretía su discernimiento. Optó por quitarse la bata
y quedarse en camiseta y calzoncillos. Sudaba abundantemente y la mujer que
tenía frente a él se le hacía más irreconocible a cada segundo que transcurría.
-
¿No
ves cómo cambia el clima? Si sigues aquí te acabará ocurriendo algo. Ven
conmigo al muelle y partiremos juntos hacia España. Observa y verás quien viene
a recogerte.
No supo qué pensar. Forzó la vista y atisbó tres figuras que avanzaban
desde las escaleras y entraban en el campo de flores, que parecía secarse sin
remisión, dándole la impresión de que levitasen sobre él. Frotó sus ojos pero
no pudo reconocerlos hasta que llegaron a la altura de Berta: Eran Olä Günnar,
el gigantón capitán noruego de aspecto afable; Lars Hushovd, el enjuto y
espigado ayudante, y alguien que no esperaba: un hombre menudo y nervioso que
gesticulaba y se secaba el sudor de su extensa frente con un pañuelo amarillo.
Era su amigo Miguel Bernaus, su compañero de correrías desde la época de la
guardería en el barrio de Sants, y que transformó su rostro en un gesto serio,
apaciguando su inicial nerviosismo, en cuanto llegó a la altura de Berta.
- Que pasa Están. ¿Esta es la manera de recibir a tu mejor amigo?
Estanis permaneció inmóvil junto a la puerta mientras sus cuatro
interlocutores lo miraban fijamente con frialdad y con gesto displicente.
Miguel continuó.
-
Cómo
pensaba que Berta no sería capaz de convencerte espere en Stakkvik a que me
recogiera el Alexandra. Vengo a pedirte que regreses. No te preocupes por las
mediciones, Lars ocupará tu lugar hasta que consigan un nuevo empleado y el Sr.
Mateu no ha puesto ningún impedimento para tu marcha. ¿Qué dices colega?
Miguel sonreía insidiosamente y su capciosa mirada parecía escudriñar
la reacción de su íntimo amigo. El capitán permanecía serio y callado como
nunca antes lo había visto, y Berta alargó la mano derecha pidiéndole que
bajase la chirriante escalera y se uniera a ellos. Pero Estanis permaneció
inmóvil. Los observó con recelo y notó en sus entrañas que la situación era
demasiado extraña.
-
Venga
Sr. Ibarra - dijo Ola
- Vamo al Alesandra y olvídese de esta isla. Hay hente que le quiere y Lars le
sustituirá sin ningún tipo de problema, ¿verdad?
Lars asintió, y mostró una sonrisa tan siniestra que a Estanis se le
erizaron todos los pelos del cuerpo, tensionándole súbitamente, y comenzó
balbucear escondiéndoles el rostro y pisoteando con sus pies descalzos las
crepitantes tablas del suelo del porche, hasta que notó como la imagen que
tenía frente a él se difuminó, ocultándose tras la certera sensación de que
todo continuaba nevado y de que no existía el Sol que le había estado
asfixiando segundos antes. De repente, el frío se hizo intenso. Se miró las
manos y comprobó la inequívoca negrura característica de las congelaciones
invadiendo sus dedos.
-
Sí
Están, ven con nosotros al muelle y todo acabará. Volverás a vivir como tú
querías y no como has vivido.
Era una voz que retumbaba en sus oídos. Miró al frente y allí ya no
estaban ninguna de las cuatro personas que le encaraban pocos segundos antes,
tan sólo lograba divisar el avasallador manto níveo cubriendo la plataforma, y
el jardín meteorológico completamente destrozado, con la garita convertida en
cenizas tras haberle prendido fuego.
- ¡Qué
coño pasa, qué es esto!
Bramó desconsolado mientras no lograba asimilar lo que ocurría. Cayó
de rodillas al suelo y alzando la vista observó una fantasmagórica figura que
se perfiló en medio de la colosal ventisca.
- ¡Qué quieres de mí!
Exclamó angustiado.
- Te
quiero a ti.
Vomitó. Se incorporó tembloroso, contemplando las tremendas
congelaciones que presentaba en pies y manos, y corrió hacia el interior de la
cabaña soportando un insufrible dolor a cada paso que daba. Cerró la puerta
tras él sin dejar de maldecir, aguantándose las ganas de desmoronarse y
lloriquear infantilmente, diciéndose que no podía ser real mientras observaba
las insoportables congelaciones de sus extremidades producidas durante los
ilusorios días que pasó desabrigado al quimérico calor que surgió del frío.
- No
podrás escapar de mí. Tarde o temprano tendrás que salir y si no sales, poco a
poco, muy poco a poco te iré destruyendo.
Escuchó aquella voz que retumbaba por toda la isla y tras sollozar con
amargura gritó desconsoladamente:
- ¡Qué
eres! ¡Qué quieres!.
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Su tabaco, gracias.