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Es
más sencillo sugestionar a alguien que vive rodeado de nieve y hacerle creer
que vive en un paraíso. Desde Alaska a Kamchatka, desde el Ártico al Antártico,
nada queda fuera de mi alcance. Tú has tenido la mala suerte de poseer unas
ondas cerebrales especiales que me parecieron tan interesantes que urdí un plan
específico para que deambulases por la vida hasta que cayeses definitivamente
en mi red, y caíste -a Estanis se le erizaron todos los
pelos del cuerpo- Pero deberías alegrarte por tu final: si no hubieras
reaccionado con tanta suspicacia ya habrías fallecido, y no tendrías que sufrir
el calvario que estás soportando. Aún tienes tiempo de anestesiar el tormento
que soportas, sólo tienes que dejarte llevar.
-
¿Suerte?
-dijo Estanis indignado- ¡Quiero vivir hijo de
puta!
- Y vivirás perpetuamente junto a mí
si te sometes. -contestó convincentemente el abominable
ente incorpóreo- Soy tu verdugo y tu salvador. Tu destino ya está escrito,
como el del resto de los seres mortales, aunque el de ellos carecerá de
esperanza eterna: Ya he desatado la cólera que arrasará el planeta de norte a
sur. Como mucho en un mes, más de una
cuarta parte de la población mundial perecerá con mayor sufrimiento del que tú
estás soportando debido a los efectos de la nueva pandemia que he creado para
facilitar la llegada de mis secuaces. Nadie encontrará la cura para mi maligna
creación, y los que queden sucumbirán ante el sadismo de mis correligionarios.
Ya te lo dije, es un sí o sí.
Estanis se compadecía de la suerte que iba a correr, pero aún así,
seguía agarrándose a un único y esperanzador pensamiento: cómo conseguir morir
sin que aquel ser se quedase con su alma. No encontraba las fuerzas necesarias
para suicidarse: la simple idea de clavarse un cuchillo en el pecho le
aterraba.
-
No
puedes escapar. Si intentas suicidarte entraré a por ti y sufrirás lo que
vosotros llamáis infierno. -Estanis
carcajeó al escuchar aquella aseveración lo cual encolerizó a su sibilino
verdugo- Vuestro Dios os abandonó al
confinarme en éste planeta: ¡sacrificó a su hijo para hacerlo! Yo soy quién se
queda con vuestras almas y hago que vivan en la eternidad, divirtiéndome con
ellas, haciendo que vivan sus vidas para mí una y otra vez. Soy el Dios que
alabáis y el Demonio que teméis. No reces por tu alma, es mía, me pertenece.
Pero si mueres sin doblegarte, te aseguro que si eso llega a pasar, serás mi
juguete favorito y pasarás toda la eternidad viviendo este calvario. Sal de una
vez, no tienes otra salida.
Estanis se miró las tumefactas manos y recordó el color de los labios
de su madre el día que murió: una imagen que se le quedó grabada a fuego en su
mente y que hizo que la frialdad que le acompañó desde aquel día volviese a
surgir pícaramente incrementando su malestar.
-
El
niño añora a su mami, que ricura. Está aquí conmigo tiene muchas ganas de
saludarte. Sal fuera y la verás.
- ¡Déjame
en paz! ¡Cállate!
- ¿Acaso no me crees? Dice que tiene que prepararte la merienda, que te lo debe. ¿Quieres hablar con ella?
- ¡No
hables más! ¡Todo es mentira!
-
Tanito
hijo: ¿Cómo estás? Dime algo cariñín -era la voz de una mujer
joven que sonaba con extrema dulzura a
través de la puerta- Mi príncipe
valiente. ¿No me contestas?
Sonaba tan real, que le hizo volver a cuando tenía cuatro años y su
madre le llamaba desde su dormitorio con su armoniosa voz rebosante de ternura,
y luego le salía al paso en mitad del pasillo, sorprendiéndole, y abrazándole y
colmándole de besos y caricias. Sonaba tan real, que su lisonjero runrún
atemperaba sus oídos, aliviándole el vesánico sufrimiento que traqueteaba perseverante
por su deteriorado organismo y convirtiéndolo en un surrealista diván al jardín
de las delicias.
-
Venga
Tanito, sal a verme, no sabes las ganas que tengo de hacerte cosquillas y reír
contigo.
Estanis sucumbió irremisiblemente a la abyecta felonía planteada por
la deleznable criatura intangible.
- Voy
mamá, ya voy.
Se incorporó, notando la repentina carencia de inestabilidad en sus
gangrenosos pies y la quimérica volubilidad de su desazonado cuerpo. Avanzó
levitando fantasmagóricamente hacia la puerta que le separaba de su terapéutica
ensoñación. Giró la llave sin dejar de escuchar la aterciopelada e hipnótica
voz que subyugaba su discernimiento, haciéndole llorar como un bebé que se
acaba de despertar de una inexplicable pesadilla y demanda los mesurados
arrumacos de su madre. Abrió la puerta y contempló a su madre con las mismas
ropas que llevaba el día que murió: su sonrisa se hacía indefinible, su
anacarada piel se ruborizaba en las mejillas, sus ojos centelleaban lacrimosos
y su sedosa cabellera ensortijada color chocolate se desplegaba majestuosa al
compás de la etérea brisa imaginaria. Estaba de pié al borde de las escaleras,
alargando los brazos, pidiéndole que saliera y se fundiera con ella en un
abrazo mortal. Estanis dio un paso al frente y notó como si miles de alfileres
se incrustasen violentamente en la planta de su pie izquierdo. La mesozoica
lámpara de Ruhmkorff reposaba blanquecina y abollada junto a sus ennegrecidos
muñones, alumbrando con su cicatero foco los estilizados carámbanos que
invadían el techado del porche. Cerró los ojos deseando no tener que abrirlos
nuevamente. La gélida ventisca repiqueteó contra su cabeza ahuyentando el
anestesiado ronroneo que le condujo hasta aquella posición. Tragó saliva y su
garganta se contrajo dolorosamente. Miró al frente y vio un gigantesco ojo
escarlata hermético que flotaba majestuoso dominando el níveo vendaval. Estanis
lanzó un quejido delator y el titánico ocelo abrió su descomunal párpado
mostrando el insondable infinito opaco carente de misericordia. El abominable
ente incorpóreo lanzó un bramido atroz que pareció surgir de la malévola
depravación nacida antes del tiempo, pudiéndose
escuchar su ira a kilómetros a la redonda. La sangre comenzó a brotar
por todas las cavidades del martirizado organismo de Estanis, produciéndole un
lastimero suplicio adicional que acrecentó el penoso martirio que le
atormentaba. A duras penas conseguía mantenerse en pié y en un esfuerzo
colosal, logró introducir su ajado cuerpo en el interior de su atrincherado e
ineficaz fortín, observando al cerrar la puerta como del inescrutable ojo
parecía desprenderse la inmaterialidad depravada que dormita en la calígine de
las más maléficas pesadillas. Echó la llave justo cuando toda la cabaña se
meneó, emitiendo un crujido estrepitoso, y quedando totalmente descuadrada. El
repugnante ente elíptico golpeó con saña la estructura y lanzó infernales
bramidos coléricos sin descanso a una presa que ya no podía escucharlos, pero
que los sentía en su mente, y le hacían revolcarse por el suelo en una
delirante locura absoluta, con el ensangrentado rostro completamente
desencajado y rogando que todo terminase.
-
Sal
fuera y juega con tu madre y todo terminará. Si no lo haces, sufrirás más de lo
que puedas llegar a imaginar, y créeme, todavía puedes penar muchísimo más de
lo que imaginas.
La voz retumbó dentro del cráneo de Estanis haciendo que la presión
sanguínea de su cerebro estuviese a punto de hacerle estallar la cabeza: sus
oídos eran incapaces de oír nada, pero sin embargo escuchaba el martilleo
insufrible que emitía el tenebroso ocelo escarlata.
- ¡Esa
no es mi madre! ¡Mi madre está muerta!
¡Jódete!
Las carcajadas retumbaron por toda la isla haciendo que los álamos
temblones gimiesen de pánico.
Entre tanto barullo, la radio comenzó a emitir pequeños ruidos hasta
que una voz clara y nítida le dio tiempo a decir.
“Estanis, aquí el
teniente Romero desde la base de Stakkvik. Hemos recibido su mensaje. En unos
días acudiremos en su ayuda en cuanto acabe el……….”
La comunicación se cortó repentinamente debido a una funesta sacudida
que hizo caer el radiotransmisor al suelo y
romperse en mil pedazos. Había una tímida esperanza de huida, pero tenía
que aguantar unos días dentro del putrefacto ataúd, sufriendo una tortura sin
descripción posible en un insoportable ambiente glacial.
- ¿Piensas
que te van a salvar? -bramó entre risas el maléfico verdugo- Jugaré contigo y esperaré que ellos vengan
a por ti. Tu salida será mi triunfo, nunca saldrás de esta isla y tu alma será
mía.
Estanis deambuló por el destartalado bohío, mordisqueando los
alimentos que hallaba en la cocina o la despensa, y escribiendo en su diario
con frenesí en medio de la más caótica oscuridad. No era capaz de tragar y al
poco de comer vomitaba, lanzando incomprensibles frases insultantes mientras
oía a su verdugo zarandear la cabaña sin descanso a la vez que utilizaba todas
las voces de las personas que habían formado parte de su vida para hacerlo claudicar, retumbando la esquizofrénica
letanía dentro de su cabeza una y otra vez sin descanso
- ¡Déjame
en paz! ¡Te ganaré!
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Su tabaco, gracias.