Viajando en ultramar, donde nadie le conoce y donde no conoce nada,
completamente alejado del barullo y de las conversaciones aburridas y
monótonas, del humor sarcástico y totalmente superficial, de esa percepción
abstracta y cubista de los sonidos, le dominaba una sensación total de
relajación. Silencio. En el barco sentía el silencio más profundo de todos: el
qué te hace sentir miedo al ruido, el qué te deja hablar con tu alma y
descubrir quién eres y qué quieres, el qué te relaja hasta caer en la noche de
los caminos abiertos, el mismo al que temes a diario porque te enseña tus
temores y errores y hace que bajes la guardia. Eso era para él la estructura primordial del
silencio, pero pensaba que no llegaría a ser completo hasta que fuese de la
mano de la soledad.
En su vida sufrió silencios emotivos y oportunos, pero no le
parecieron tan fuertes, tan pesados como el que sentía: hasta el ruido del
motor del barco parecía haberse acallado, haciendo que su cuerpo formase parte
del armazón del Alexandra. Recordó otros instantes de sosiego aunque fueron
menos perceptivos de la totalidad de su cuerpo.
Fueron los típicos silencios con fondo. Dónde los ojos lo dicen todo y
no hace falta hablar porque todo está dicho. El silencio de una pareja cuándo
se mira y sienten que es verdad, y durante ese mágico instante se amalgaman
sintiendo el aura y el alma de ambos como si fuesen una sola entidad.
Estanis se encontraba recostado en la proa del Alexandra viendo como
el mar rompía con la quilla al adquirir velocidad el antiguo barco pesquero
ahora propiedad de su nueva empresa. Permanecía callado y cansado por el largo
viaje en avión con escala que le llevó a Tromsö y su posterior traslado en
helicóptero hasta Stakkvik, en la isla de Reinöy, donde le esperaba el barco
con todas las existencias en su despensa y con tan sólo dos tripulantes: el
capitán era un noruego fortachón de más de dos metros de altura con la cara
colorada y de aspecto amable. Llevaba puesto un gorro de lana azul con un ancla
al frente sobre el cual descansaba una voluptuosa vikinga desnuda que reposaba
sus pies sobre un gigantesco cangrejo rojo real. Se llamaba Olä Günnar,
aparentaba tener unos cuarenta años de edad, poseía una risa que se podía
escuchar a kilómetros a la redonda, cojeaba levemente de su pierna izquierda y
mezclaba con cierto arte el noruego y el castellano, ya que su madre era
andaluza; “Mi mare era sevillana por eso
hablo españó, gasto tantas broma y me gusta reí.”
Le dijo al subir al barco. El otro tripulante se llamaba Lars Hushovd: era un
chaval de unos veinte años de edad, enjuto y espigado, rubio y siniestramente
silencioso. Según el capitán, era un chico bastante reservado que aparentaba
cierto retraso, pero que cumplía con su trabajo; “Ya es capaz de manejá el timón sin variá el rumbo y ademá, sabe jugá al
poke, ja, ja, ja.” A Estanis no le hizo tanta gracia como al campechano
marinero, pero no pudo dejar de sonreír ante la afabilidad de su forzudo
anfitrión.
Mientras dormitaba en la proa del barco, se le acercó el capitán con
dos latas de Heineken y le lanzó una desde lejos riendo a carcajadas al ver
como casi se le cae de las manos. Estanis abrió la cerveza y miró al andaluz de
Noruega con cara de cansancio, pero agradecido por el detalle.
-
Bueno
Sr. Ibarra, ¿esta es la primera vez que visita estos lare?
Era una pregunta normal para romper el hielo y Estanis así la recibió.
Asintió mientras lanzaba un trago a su lata de cerveza.
-
Bien,
la isla se encuentra al norte de la isla de Nord Flagoy, ahora estamos
navegando por entre la isla de Vannöy y la de Arnnöy. Llegaremos dentro de un
par de hora, o dos pare, y allí se queará sólo. Espero que tenga en mente
alguna shica que le haga pensá bueno momento porque lo más
paresío que va a vé a una muhé en varios mese va a ser a Lars. ¡Ja, ja, ja!
El noruego no cesaba en su empeño de gastar atronadoras bromas
lingüísticas que Estanis tragaba, como también hacía con las amistosas
palmaditas en la espalda que le hacían temblar y desestabilizar la cerveza en
las manos de manera nerviosa, dejando caer parte de su contenido sobre la
cubierta del barco. El capitán siguió con su perorata mientras Lars manejaba el
barco rumbo a la isla número cuatro.
-
¿Sabe?,
nunca he estao en España -dijo
con cara nostálgica- Siempre he querío
conosé el paí de mi mare, pero nunca he salio de Reinöy y de las isla de su
alredeó. Mi mare me hablaba de Sevilla, del Sol y la alegría. De la Feria, la
semana santa y siempre me contaba shiste y anécdota de su tierra.
Era curioso ver a un noruego de dos metros hablando con acento
andaluz, comiéndose las palabras y con una velocidad que a Estanis,
acostumbrado al acento fino y pausado de Barcelona, le costaba entender. El
capitán continuó con su rápido y casero hablar.
-
Mi
pare era pescaó, casi como tos los que vivimo por aquí, y conosió a mi mare en
una parada que hiso en España. Desde que la vio supo que era su muhé y tras varios mese de corteho, la convensió y se la traho aquí. Es curioso
como mi mare desidió cambiá el Sol y la alegría por la nieve y el oló
a pescao, pero antes de morí me diho que desde el primer día supo que era él. ¿No
le parese bonito?
Estanis asintió levemente viendo como su interlocutor miraba fijamente
al puente de mando y le hacía un gesto con la mano a Lars a la vez que
proseguía con su relato.
-
Cuando
terminen estos tres año de contrato con Weatherco, pienso vendé el barco y
marsharme a viví a Sevilla. Siempre lo he querío hasé. Montá un bar y transitá
con tranquiliá sin tené que soportá más inviernos duro y escushando shiste. ¿No
cree que es una buena idea? Yo creo que pa eso he vivío. Llevo desde lo catorse
año en el mar, pescando to tipo de peses hasta que llegó esta oferta de
suministrador que no pude reshasá.
Dijo Ola Günnar con cara seria mientras abría una nueva
lata de Heineken y brindaba con Estanis de forma eufórica.
-
Me
han disho que la muhere andalusa son las más guapa del mundo y como sigo
soltero, merese la pena esperá tres año más.
El capitán noruego siguió desvariando enfrascado en sus sueños sobre
Andalucía durante largo rato, mientras no paraba de beber latas de cerveza y
brindar con cada una que abría. Estanis se fijó en la cara risueña y en la
mirada perdida que ponía el capitán cada vez que hablaba sobre sus ilusiones.
Parecía feliz y contento, y su afabilidad le resultaba acogedora, aunque
demasiado para lo que él estaba acostumbrado.
Tras mas de hora y media escuchando los cuentos y la vida del insigne
gigantón, Estanis creía estar flotando
en una nube. Quizás fuese el sueño que acumulaba, o las tres cervezas que había
tomado, pero le había cogido cariño a su anfitrión, el cual, tras un breve
silencio, le miró fijamente y comenzó una nueva historia.
-
Lo
que le voy a contá puede que no se lo crea pero desde shico he oído esta
historia y pienso que debería saberlo.
Estanis miró fijamente a Ola. Éste mostraba una mueca de fanfarronería
que se convirtió repentinamente en un gesto serio a la vez que adoptaba un
ademán severo en cuanto prosiguió con su relato.
-
Cuenta
la leyenda que por esta isla habita un monstruo, un ser poderoso y sobrenatural
que sólo aparese durante el invierno. Nadie lo ha visto pero to el mundo sabe
que esiste. -El capitán dio un largo trago y
continuó.- Siempre se ha contao la
historia de un animal que emerhe de las profundidade. Un animal tan poderoso,
que todo aquel que se encuentra con él...muere. Los vieho del lugar cuentan que
se alimenta de personas que viven en soledad: pastores de la isla y pescadores
que salen solo a faená. De ello, sólo se encuentra el cadáver completamente
consumío y lleno de conhelasiones. Nadie sabe como es y nadie ha sobrevivío a
él, pero hase siglo que sircula este shisme y si va a viví solo, me paresió
bien que lo supiese.
La cara de Estanis mostraba una mezcla de sorpresa e incredulidad. Pensó
que el fortachón quería meterle miedo, y realmente lo conseguía. Dio un largo
trago a la cerveza y escuchó de nuevo:
-
Así
qué, si escusha algo raro, o siente que algo va mal, no siga tomando servesa
porque puede quedarse dormío en la nieve y paresería un palito de pescao
conhelao. ¡Ja, ja, ja!
Era una jodida broma. El marinero pseudo andaluz le estaba gastando la
chacota de los gamusinos y se estaba partiendo la caja en su cara.
- Que cara ha puesto, paresía que se iba a
cagá en lo pantalone. ¡Ja, ja, ja!
Y se alejó al puente de mando tarareando una cancioncilla noruega que
a Estanis le recordó alguno de los
viejos temas del festival de Eurovisión, y atragantándose al tomar un sorbo de
cerveza mientras carcajeaba.
Estanis permaneció absorto durante cerca de media hora mirando
fijamente la lata de Heineken que se arrugaba entre sus manos, y sin dejar de
escuchar las risas del enorme capitán. Se sentía atontado y avergonzado por
haber caído en la infantil burla que ahora le estaba contando a Lars, al que
por primera vez desde que subió al barco escuchó hablar, aunque más bien,
parecía burlarse de él.
Ola Günnar salió del puente de mando y señalando con el dedo índice
por encima de Estanis dijo.
-
Sr.
Ibarra. Frente a usted. La isla número cuatro.
Comentarios
Publicar un comentario
Su tabaco, gracias.