No sabía que hacer. Su cuerpo estaba en tan mal estado que pensaba que
la muerte era su única salvación, pero en un arranque de coraje decidió que no
saldría. Debía centrarse y comenzar a alimentarse. Agarró el bote de zumo de
naranja que utilizó durante la mañana cuando preparó el desayuno para la mujer
que se acostó con él la noche anterior: la ilusoria Berta que apareció de
improviso con su delicada belleza y su amoroso comportamiento tal y como él la
recordaba de los agradables paseos vespertinos por la Vía Augusta cuando
finalizaba de dar las clases en la escuela superior de diseño y moda, pero
había sido un truculento espejismo propio de un esquizofrénico durante una
recaída perceptiva. Trató de alejar aquella inexplicable experiencia
centrándose en deglutir el cítrico jugo que laceraba su inflamado esófago,
mientras intentaba asimilar la existencia de la mujer que estuvo con él la
noche antes y dotarla de realidad. No quería pensar que todo fue una mera
ilusión producto de un brote psicótico. Se retorcía con cada sorbo y golpeaba
con su nuca en la consistente puerta férrica que le servía de respaldo. La toma
del agrio líquido atemperó sus funestas cavilaciones y le catapultó a
determinar que esperaría al grupo de rescate el tiempo que fuese necesario.
Aguantaría la tortura, pero no saldría, no le daría ese placer al abominable
ente incorpóreo. Lucharía hasta el final por su vida o se dejaría morir antes
de aceptar el trato que le ofrecía.
La cocina comenzó a helarse repentinamente. Estanis se incorporó,
agarró la botella de whisky que reposaba sobre la encimera, y se encaminó hacia
la habitación a refugiarse entre las mantas, esperando que le arropasen con la
calidez necesaria para mitigar la gélida sensación que parecía provenir de sus
entrañas y que acrecentaba el terrible sufrimiento que padecía. Se envolvió
entre las mantas y se sentó sobre la cama agarrando el envase de vidrio repleto
de combustible etílico fuertemente contra su pecho, y sintiendo las infernales
punzadas que le producían las congelaciones. En el suelo permanecía el nº216 de
Penthouse que le había acompañado desde su adolescencia otorgándole innumerables
intervalos de solitaria alegría pélvica, pero esta vez no le ofrecía ninguna satisfacción, ni
siquiera la sugerente chica de la portada lograba llamarle la atención: parecía
como si se difuminase y su rostro mutase perturbadoramente adquiriendo los
rasgos de cada una de las mujeres que habían formado parte de su vida. Se
balanceó negando con la cabeza y balbuceó con la boca llena de babas esperando
algún milagro.
-
Se
lo que piensas. Te escogí cuando aún vivías en Barcelona. Desde el preciso
momento que te sentaste frente a la sección de ofertas laborales en aquel
cuchitril de la calle Talleres influí en tu vida y en tus decisiones. Conozco
todo lo que piensan todos y cada uno de los habitantes que pueblan el planeta,
y elijo a mis presas de manera metódica, sin que ellas se den cuenta y sin que
puedan escapar de mi influencia. Si quiero a alguien lo consigo. ¿No sabes que
todas las personas que han habitado esta isla murieron de la misma manera que
tú lo vas a hacer? ¿No leíste la
inscripción en la bandeja para servir la comida? Sal fuera y termina tu
suplicio de forma onírica o sufre.
-
¡No
puede ser cierto!, quieres engañarme y hacerme creer que eres real, pero sólo
existes en mi imaginación, eres una alucinación que se quiere quedar en mi
cabeza, pero acabaré contigo. ¡No me das miedo!
El abominable ente incorpóreo
rió de nuevo y el bohío pareció descomponerse. Estanis bebió de la botella y
comenzó a registrar la estancia en busca de alguna fuente de luz.
- Ya
te he dicho que soy el dueño de este mundo. Manejo todo lo que sucede en
vuestras penosas vidas. Sois ganado y así os trato: Cuido mi rebaño y elijo los
mejores ejemplares para alimentarme. Es cierto que evolucionáis en
conocimientos de física y en el conocimiento del universo, pero sólo avanzáis
lo que yo quiero que progreséis. Hay cerebros prodigiosos a los cuales dejo
vivir para que busquen explicaciones a todo lo que significa la vida y el
espacio exterior, pero sus descubrimientos forman parte de la ilusión que os
hago creer. Ninguna explicación es real, ninguna se aproxima a la verdadera
realidad. Einstein, Hawking y otros grandes pensadores han hecho lo que yo
quería que hicieran. ¡No sabéis nada!
Todo volvió a retumbar estrepitosamente. Estanis proseguía a la
búsqueda de velas o alguna linterna, pero recordó que la mesozoica lámpara de
Ruhmkorff había quedado aislada en el porche. La insensibilidad de su nariz le
impedía notar el hedor putrefacto que dominaba el interior de la cabaña, dónde
la madera había comenzado a pudrirse bajo la influencia de los pérfidos pétalos
ponzoñosos surgidos de la nieve que infectaron la estancia introduciéndose por
todas las rendijas de la estructura. Las paredes estaban cubiertas de moho y
envejecían velozmente, toda la estancia crujía, pero Estanis resistía aquella podredumbre
y bramaba con fiereza en cuanto encontraba fuerzas para hacerlo.
-
Tendrás
que entrar a por mí. No pienso entregarme. Seré la presa que nunca deseaste.
Ninguna de tus artimañas conseguirá que salga. Lucharé hasta que mis fuerzas me
lo permitan.
- ¿Ninguna
de mis artimañas? Si he conseguido que durmieras con Berta creyendo que ella
estaba contigo: ¿Crees qué no conseguiré mi objetivo?
Estanis se descompuso, aunque la explicación que le concedía el
abominable ente incorpóreo la había desechado anteriormente, ahora se convertía
en una esquizofrénica realidad, pero continuó empeñándose en expulsar esa
certeza de sus discontinuas cavilaciones: creyó haber follado varias veces con
Berta la noche anterior, y ahora le decían que todo fue producto de su
imaginación. ¿Cómo era posible? Si hasta notó el dulce y delicado tacto de su
agraciado cuerpo, sintió su calor y su arrebatador aroma. Estaba tan confuso
que decidió recapitular todo lo que había pasado: Recordó que Berta no
desayunó, ni siquiera probó bocado, y que su única intención era la de sacarlo
de la cabaña fuese como fuese. Le extrañó que su amigo Miguel viniera a
buscarle, y en ese momento, dejó de soñar y comprobó la situación que realmente
tenía frente a él. Ahí notó el frío atenazador y constató las congelaciones en
su cuerpo volviendo a la realidad bruscamente, sintiendo la gran mentira en la
que había estado viviendo, el enigmático engaño amplificado por sus pusilánimes
sentimientos y sus constantes recuerdos del pasado. No concebía nada de lo que
le había sucedido desde aquel día que ojeando la sección de ofertas laborales
de La Vanguardia encontró aquel ansiado trabajo que se amoldaba exactamente a
sus deseos, al que sólo se presentó él y que consiguió sin ningún tipo de
contratiempo ni oposición. Repentinamente rememoró todo lo vivido el día que
acudió a la calle Enrique Granados a realizar la entrevista en el nº105 que
después resultó ser el nº107: Aquel edificio señorial con demonios picarones en
las cristaleras que casi le hacen echarse atrás en su decisión de acudir a la
cita; aquel estilizado despacho decorado de manera estrambótica, con la
aterradora alfombra de cachemir y sus figuras infernales que parecían vivir, y
con aquel escritorio azabache con las patas talladas en forma de serpientes; al
particular Sr. Masfurroll y su estereofónico torrente de voz; a la hipnótica y
atrayente Srta. Ruiz; y al elegante y presuntuoso Sr. Mateu. Se retrotrajo a
aquel día radiante de finales de Agosto dónde todo parecía extraño y atrayente,
con aquellos turistas que deambulaban por las Ramblas y todos aquellos
compradores compulsivos que no paraban de sonreír y apretujarse. Sentía que
todo había sido una farsa, ahora así lo creía, que sus últimos seis meses
habían estado dirigidos por algo o alguien que ahora le estaba esperando fuera
de la cabaña.
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Su tabaco, gracias.