Perdí la vista entre relojes perennes,
de añil su mirada,
de suelos de estrías tapizadas
con aromas de granito madurado.
Inframundo perpetuo de la sinrazón
maltrecha, de azabache perfilado
y toreado por enanos insomnes
que deglutían los guiños melancólicos
del costumbrismo monotemático:
asqueado y roñoso.
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Su tabaco, gracias.