- ¿Quieres saber quién soy? No serías capaz de concebirlo. No pienses que por encerrarte escaparás de mí. Nadie lo ha logrado y tú no vas a ser el primero. La voz retumbó en los oídos de Estanis, que sentía como si le golpeasen con martillos desde dentro de su cráneo. Se cubrió las orejas con las manos, pero el ilusorio berrido continuó atronando, acrecentando el mayestático dolor punzante e induciéndole a un delirio desorbitado. - Eres mío desde antes de llegar a esta isla. El clima no ha cambiado, yo te lo he hecho creer con mis irreales flores de nieve y con mis efluvios alucinógenos. Has estado diez días a veinte grados bajo cero creyendo que estabas en primavera: ¿No ves tus manos y tus pies? Estanis se revolcaba penosamente sobre el entarimado de la cabaña sin dejar de observar sus ennegrecidas manos y pies congelados. Lanzaba avinagrados improperios acompañados...