Terraplenes, barrancos y laderas escarpadas.
Me hastío, me aburro.
Calamidad, sonrojo y calderas desdentadas.
Soy una sombra mal vestida
que languidece tras el lento tremular
del último suspiro de un candil imaginario.
Amarillo, azul y en ocasiones anaranjado.
Indecente, maldito, decadente, proscrito,
apátrida y soez.
Acongojado con el ulular descompasado de la hipocresía sempiterna.
Odioso y odiado,
perdido y desatinado.
Apabullado y angustiado por la herrumbre cotidiana
que emana cada mañana de lamentos que ya no existen.
Y me dejo caer.
Y un carrillón toca los cuartos.
Y la suerte ya está echada
y al mirar por la ventana,
nada queda ya, nada.
Ni siquiera yo.
Ni siquiera un requiebro de la última llama.
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Su tabaco, gracias.