Sobre tu excelso floripondio,
descargué tres salvas de bienvenida:
la primera te dio en la frente,
las otras dos, palidecieron tus mejillas.
Y me dijiste envilecida
con los ojos como platos:
¡Dios mío de mi vida!
¿Cuánto llevas sin echarle de comer al gato?
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Su tabaco, gracias.