De un tejado histriónico
emergen, sonidos pálidos
adormilados
en penumbras pestilentes.
Desidia matutina
envainada, resiste el canto
de impotentes
cuervos risueños.
Presentimientos sobre
suelo quebradizo,
se agrandan y terminan por blandir
el miedo atenazador.
Dónde acaba la escalera
de farolas escaldadas,
se esconden miradas verdaderas
en palabras turradas.
Cuatro horas en un segundo.
Tus ojos cortaban el aire,
repartiendo trocitos
en bocas hambrientas.
Lobos heridos que huyen del tiempo.
Tiburones desdentados.
Tu cuerpo se hizo plomizo esperando
en un perfecto laberinto perpetuo.
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Su tabaco, gracias.