Hará unos años entré en una pajarería. En ella había cien loros, cada uno con el plumaje distinto al anterior y con los ojos clavados en el intruso. Tras unos segundos de desconcierto por los graznidos de aviso de los animales, decidí acercarme al propietario de la pajarería que sonreía tras el mostrador y hacerle una pregunta, pero al instante de salir el primer sonido de mis labios, uno de los loros gritó escandalosamente: "Baaaaaaaaaarça". Me quedé absorto, y cuando intenté hablar de nuevo, otro loro dijo: "Sigue el camino de baldosas amarillas". Tuve que reírme y al abrir de nuevo mis labios saltó otro loro: "Ala Madrid". Así estuve durante dos largos minutos observando la cara sonriente del encargado y a los loros que no dejaban que abriese la boca: "No tengo tiempo"; "Andén nueve y tres cuartos"; "Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender nylons"; "Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche" ; "Hay cuerdas en el corazón humano que sería mejor no hacerlas vibrar" ; "La mentira mayor es el ego"; turnándose en un bucle nauseabundo y enfermizo que me sacaba de quicio, hasta que alzando mi voz le dije al encargado sonriente: "¿No podrían callarse un poco?" El encargado me miró y contestó con la estúpida sonrisa pegada al rostro: "No les hagas caso", y cuando creyó que no le observaba, les azuzó con la mano para que siguieran hablando. Le miré y le dije: "Venía a ofrecerle un trabajo mejor. Un acuerdo del que saldría beneficiado junto a mí. Pero veo que se conforma con los loros que dicen lo que bien les enseñaste. Hoy de mi te has reído, pero mañana, cuando levantes la vista, comprobarás que sólo tienes cien loros bien entrenados y un ego extremadamente inflado." Y abandoné la pajarería mientras los loros gritaban a mi paso y el encargado sonreía al final del todo, tras el mostrador.
En la penumbra danzan sombras yertos, donde el amor, un cuervo, aletea su lamento, teje un manto oscuro, nexo entre corazones muertos, la nostalgia palpita, tristeza en cada viento. En el jardín de ébano, flores marchitas lloran, sus pétalos de éter acarician el recuerdo, un amor perdido, entre susurros se evapora, entre sus lágrimas, el alma se hace cuero. En la oscura alcoba, la felicidad suspira, entre susurros de suspiros en la penumbra, un abrazo frío, la luz que se retira, y en la eternidad del éxtasis se deslumbra. El sufrimiento, un eco en las paredes de obsidiana, resuena en gemidos que se pierden en la bruma, un amor que arde en llamas de agonía, una danza macabra, trágica y sin espuma. Bajo la luna llena, se entrelazan destinos, amor y sufrimiento, como sombras eternas, se abrazan en el silencio de sus crepúsculos divinos, donde la nostalgia suspira entre las puertas internas. En el crepitar de las velas, se escribe el poema, gótico y etéreo, en letras de tinta carmesí, un a...
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Su tabaco, gracias.