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La pajarería

Hará unos años entré en una pajarería. En ella había cien loros, cada uno con el plumaje distinto al anterior y con los ojos clavados en el intruso. Tras unos segundos de desconcierto por los graznidos de aviso de los animales, decidí acercarme al propietario de la pajarería que sonreía tras el mostrador y hacerle una pregunta, pero al instante de salir el primer sonido de mis labios, uno de los loros gritó escandalosamente: "Baaaaaaaaaarça". Me quedé absorto, y cuando intenté hablar de nuevo, otro loro dijo: "Sigue el camino de baldosas amarillas". Tuve que reírme y al abrir de nuevo mis labios saltó otro loro: "Ala Madrid". Así estuve durante dos largos minutos observando la cara sonriente del encargado y a los loros que no dejaban que abriese la boca: "No tengo tiempo"; "Andén nueve y tres cuartos"; "Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender nylons"; "Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche" ; "Hay cuerdas en el corazón humano que sería mejor no hacerlas vibrar" ; "La mentira mayor es el ego"; turnándose en un bucle nauseabundo y enfermizo que me sacaba de quicio, hasta que alzando mi voz le dije al encargado sonriente: "¿No podrían callarse un poco?" El encargado me miró y contestó con la estúpida sonrisa pegada al rostro: "No les hagas caso", y cuando creyó que no le observaba, les azuzó con la mano para que siguieran hablando. Le miré y le dije: "Venía a ofrecerle un trabajo mejor. Un acuerdo del que saldría beneficiado junto a mí. Pero veo que se conforma con los loros que dicen lo que bien les enseñaste. Hoy de mi te has reído, pero mañana, cuando levantes la vista, comprobarás que sólo tienes cien loros bien entrenados y un ego extremadamente inflado." Y abandoné la pajarería mientras los loros gritaban a mi paso y el encargado sonreía al final del todo, tras el mostrador.

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