Ir al contenido principal

Extinción


Deliraba. Medía el tiempo en sus ojeras y apaciguaba los dolores que le atormentaban. Sentía el silbar sibilino de las agujas del reloj y creía formar parte de ellas.
En el cándido amanecer que le portaba sensaciones olvidadas, sufría con el temblor de sus manos y respiraba al son de sinfonías orquestadas por insectos caducos.
Viajaba por caminos insondables ahuyentando el desánimo, aludiendo a la última sonrisa innegable que contempló en su rostro.
Notaba en sus manos el fluir continuo del jugo de la granada que acababa de desgranar. Observaba como el néctar rojizo se volvía negruzco y ponzoñoso al oxigenarse entre sus uñas y le recordaba aquellos juegos de niños en medio de ninguna parte. Haciendo barro y construyendo castillos en el aire.
Se revolvió tímidamente apoyando sus manos en el quicio de una puerta cochambrosa. Midiendo una distancia infinita que aparentaba ser ínfima.
Recogió del suelo el último suspiro del amanecer y lo estrujó entre sus manos para luego dejarlo caer.
Cansado de esperar el antídoto para el dolor que nunca finaliza, cayó rendido sobre una estera y miró al cielo con desidia. Apagó los latidos de su desencanto y apuntó a una raya en el techado.
La lividez tatuó su rostro y el frío atenazó su sueño desbocado. Un viento reconfortante silbó la canción que esperaba desde hace años, y la sonrisa, perdida y añorada, apareció en sus labios.
Sus oídos quedaron sellados y en ese instante, de su boca, tan sólo salió un tímido y cálido cántico: “Por fin regreso con los míos, por fin han venido a buscarme, por fin terminó este suplicio, por fin conseguí curarme”.
Y su aliento final desbordó perfumes que alegrarían al más desdichado de los miserables.

Comentarios

Entradas populares de este blog

A buenas horas

Entre eucalipto y eucalipto pino, y entre pino y pino piedra. Sobre el horizonte el dragón de niebla tras el dragón de niebla Las Mateas. Arturo, Sirio y Antares, sobre María Gil, Lepe y Los Pajosos. El agua me sabe a lejía: ¡Otra vez están aquí los tramposos! Quejicas a tiempo completo en las terrazas formando bulla. Carreras por los adoquines: ¡Este año no he comido turmas! Y sigue Santa Bárbara tronando. Y siguen los chismes volando. Me han cambiado el Padre Nuestro entre whiskys de contrabando.

La monotonía de lo grotesco

Si tuviese que comenzar esta historia por un principio que fuese coherente, dejaría de ser un relato fidedigno de los hechos acontecidos en el lugar que mi mente quiso olvidar, y pasaría a ser una relación de situaciones carentes de interés para ser contadas, pero a menudo, la monotonía se nutre de un halo misterioso y se convierte en la mayor de las excentricidades, donde lo absurdo se une a lo racional y lo ilusorio planea con sorna sobre las mentes sin que ellas lleguen a percatarse de ello.  No sabría puntualizar si lo que voy a contar ocurrió a hora temprana o se alargó durante toda una jornada o varias semanas, tan solo sé que comenzó con una pregunta tan común que nada en ella hacía presagiar que fuese el detonante del mecanismo que transformaría las vidas de los allí presentes para el resto de sus días:  - ¿Está lloviendo? La taimada chica encargada del establecimiento se restregaba los muslos con fruición ante el frío que entraba por la puerta entreabierta, y las me

Diario de un maldito

Las gotas de rocío sobre el alfeizar rezumaban nostalgia. El travieso ronroneo de los gatos sobre el tejado, el revoloteo revoltoso de los incansables gorriones, y la calma infinita de una mañana compungida, anclada en el comienzo de un final ya decidido, se batían en aterciopelado duelo con el frenesí cafetero de un suspiro clarividente de perfidia carente. ¿Utopía?...Puede. O tan solo un resplandor titánico de sus deseos en la evaporada escarcha, o la pertinaz sequía secular de su imaginación redentora y tiránica, despistada entre los vetustos pliegues de la idolatría defenestrada, que quizás se alzara hacia el sendero del recuerdo original, el cual se diluyó en el infestado acuífero de calamidades, y cambió el romanticismo por una mortaja de azahar, marchito y recurrente, cuando su coraje peregrino se desvistió del sonambulismo inducido por el colérico temblor del destino ajeno. "¿Sueñas con tus palabras o prefieres mis caricia