D e un tejado histriónico emergen, sonidos pálidos adormilados en penumbras pestilentes. Desidia matutina envainada, resiste el canto de impotentes cuervos risueños. Presentimientos sobre suelo quebradizo, se agrandan y terminan por blandir el miedo atenazador. Dónde acaba la escalera de farolas escaldadas, se esconden miradas verdaderas en palabras turradas. Cuatro horas en un segundo. Tus ojos cortaban el aire, repartiendo trocitos en bocas hambrientas. Lobos heridos que huyen del tiempo. Tiburones desdentados. Tu cuerpo se hizo plomizo esperando en un perfecto laberinto perpetuo.